Abel, al unirse con todos sus compañeros, con toda su gente querida, con todos los amigos a los que había ido conociendo y construyendo estupendas amistades, sentía una plenitud del espíritu que los abarcaba a todos. No se podía excluir a nadie. Nadie podía estar fuera.
Era una unidad que se había ido formando en su interior que no podía admitir la idea de que alguien fuera tan distinto y tan diferente para poder pertenecer a ese círculo de amor. Todos uno, todos juntos, todos unidos, todos enlazados en la maravilla del mundo.
“Extender el Ser de Dios es la única función del espíritu. Su plenitud que todo lo abarca no puede ser contenida, de la misma manera en que la plenitud de su Creador no se puede contener ni limitar”.
“La plenitud es extensión. Todo está lleno y el vacío se llena de Su presencia. El sistema de pensamiento del ego obstaculiza la extensión y así, obstaculiza tu única función”.
“Obstaculiza, por tanto, el fluir de tu gozo, y, como resultado de ello te sientes insatisfecho. A menos que crees estarás insatisfecho, pero Dios no conoce la insatisfacción, por lo tanto, no puedes por menos que crear”.
“Puede que no conozcas tus propias creaciones, pero eso no puede afectar su realidad, de la misma forma en que ser inconsciente de tu espíritu no afecta en modo alguno su ser”.
Abel iba comprendiendo un poco más esa realidad de ir expandiendo el Ser de Dios. Su forma de pensar, Su forma de enfrentar la realidad, Su forma de ir tratando a Sus Hijos. Era como recordarle al ser humano que dentro de Él había un ser muy similar al de su Padre.
Había muchos padres que se regocijaban de sentirse totalmente identificados con sus hijos. Eran su gozo, su orgullo, su tesoro y su vida preciosa. Dios Padre era lo mismo con Sus Hijos. Se sentía totalmente identificado con su creación y los amaba dentro de la hermosa libertad que les había dado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario