Lucas acostumbrado siempre a declararse como ‘pecador’ era incapaz de aceptarse con la serie de virtudes que tenía. Era como si le hubieran inoculado un virus de la propia negación. Las personas aprendían, cambiaban, descubrían nuevos significados y avanzaban.
Ese proceso de cambio se consideraba como algo que provenía de la imperfección. Una persona perfecta siempre sabía con certeza lo que debía hacer. Los imperfectos dudaban. Lucas se declaraba rebelde frente a esa concepción de la perfección.
Era normal para cualquier animal seguir su instinto. El ser humano tenía un cerebro que lo podía aprender todo. Y en ese proceso de aprendizaje había cambios porque se descubrían nuevas cosas. Por lo tanto, el cambio provenía de la facultad de aprender, nunca provenía de la imperfección.
“Por eso tienes que demostrarte a ti mismo lo obvio. Para ti no es obvio. Crees que hacer lo opuesto a la Voluntad de Dios es más beneficioso para ti. Crees también que es posible hacer lo opuesto a la Voluntad de Dios”.
“Por lo tanto, crees que tienes ante ti una elección imposible, la cual es a la vez temible y deseable. Sin embargo, Dios dispone, no desea. Tu voluntad es tan poderosa como la Suya porque es la Suya”.
“Los deseos del ego no significan nada porque el ego desea lo imposible. Puedes desear lo imposible, pero sólo puedes ejercer tu voluntad en armonía con la de Dios. En esto estriba la debilidad del ego, así como tu fortaleza”.
Lucas se reafirmaba en su grado de perfección por la capacidad de aprender, comprender, cambiar y asimilar. Aceptaba que Dios nos quería totalmente libres, sin ningún condicionamiento de miedo ni de amenazas. Nuestra fortaleza radicaba en aceptar esa perfección de cambio y de superación.
Ese cambio iba en la dirección de recordar la Voluntad de Dios que era la nuestra por creación. Aceptar humildemente ese regalo que nos otorgó el Creador era la experiencia cumbre de la vida.
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