David reconocía que, en muchos momentos, le faltaba algo para ser feliz, para sentirse satisfecho y para alcanzar esos rayos de la luna que le hacían volar. Era como un vacío que le transitaba el alma y le decía que algo faltaba. David pensaba en qué consistía esa ausencia que lo podía completar.
Desde pequeño, David siempre había buscado fuera de él mismo ese algo indefinible que lo llenara. Los años habían pasado. El tiempo había sembrado, cuidado, dado fruto y llegado al final. Sin embargo, a pesar de que todo aparentemente estaba completo algo dentro de él faltaba.
La lectura del párrafo siguiente le daba una indicación para encontrar, en el lugar debido, ese complemento insuperable que lo llenaba sin ninguna dificultad.
“El Reino se extiende para siempre porque está en la Mente de Dios. No conoces tu propio gozo porque no conoces lo completo de tu propio Ser. Excluye cualquier parte del Reino y no podrás gozar de plenitud”.
“Una mente dividida no puede percibir lo completa que es, y necesita que el milagro de su plenitud alboree en ella y la cure. Esto vuelve a despertar lo completo en dicha mente, y al aceptar dicha plenitud se reincorpora al Reino”.
“Cuando aprecias totalmente lo completo del Ser de tu mente, el egoísmo se vuelve imposible y la extensión inevitable. Por eso el Reino goza de perfecta paz. El espíritu está cumpliendo su función, y sólo el pleno cumplimiento produce paz”.
David tomaba buena nota. Ahora se conocía un poco más. Ahora se acercaba a su objetivo de una forma más clara. “No conoces tu propio gozo porque no conoces lo completo de tu propio Ser”. Si David sentía ese vacío interior era porque rechazaba una parte de sí mismo reflejada en algunas personas.
Nadie podía ser excluida por su mente. La plenitud era nuestro gozo y nuestra más grande realización.
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