Santi abría su mente, en aquella tarde al lado del río, escuchando su murmullo por el movimiento. Era un estado de paz que siempre se recreaba cuando visitaba aquel lugar. Su entorno, su color, sus ramas y las nubes que pasaban le despertaban un bienestar estupendo en su interior.
La sonrisa aparecía en su rostro. Era consciente de los reflejos que el agua le enviaba y las caricias de la brisa suave que soplaba. Todo se unía para hacerle olvidar el trajín de la ciudad y hacerle sentir quién realmente era de verdad. Todo le recordaba como una parte dichosa de lo natural y del vuelo de las aves.
Nada sobraba. Nada faltaba. Era un encanto natural. Nadie gritaba. Nadie chapoteaba. Los susurros alternaban entre el agua, las aves y la brizna de hierba suave que avisaba de nuestras pisadas muelles y verdes.
“El Espíritu Santo te guiará acertadamente porque tu dicha es la Suya. Eso es lo que Su Voluntad dispone para todos porque habla en representación del Reino de Dios, que no es otra cosa que dicha”.
“Seguirle, por consiguiente, es la cosa más fácil del mundo, y lo único que es fácil, ya que no es de este mundo. Por lo tanto, es algo natural. El mundo va en contra de tu naturaleza, al estar en desacuerdo con las leyes de Dios”.
“El mundo percibe grados de dificultad en todo. Eso se debe a que el ego no percibe nada como completamente deseable. Al demostrarte a ti mismo que no hay grados de dificultad en los milagros, te convencerás de que, en tu estado natural, no hay grados de dificultad en absoluto”.
“No los hay porque tu estado natural es un estado de gracia”.
La paz caía como una lluvia fina sobre el corazón de Santi. La serenidad se hacía presente. La claridad de mente, la ausencia de dificultades, de pensamientos inquietantes, de cosas por resolver, favorecían esa dicha que nada la estorbaba.
Santi se dejaba hacer y volar por las nubes con esa falta de gravedad que tenía el espíritu que daba vida. Respiraba lentamente, veía sin esforzarse, notaba las hojas de los árboles en los suelos, y exhalaba el aire de sus pulmones soltando toda la inquietud acumulada.
La dicha tomaba su trono en el corazón de Santi, en aquella tarde cayendo en el ocaso, y sus pensamientos volando por los aires. La dicha todo lo envolvía con su manto de paz y de confianza.
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