Daniel se quedaba un tanto sorprendido al descubrir la enorme interactividad que los humanos teníamos entre sí. No se trataba de la interactividad a través de un móvil o de un ordenador. Se hablaba de la indudable conexión que había entre los humanos a nivel del espíritu.
El mundo animal tenía interconexión a nivel del instinto y de sus habilidades específicas. El mundo de los humanos gozaba de la gran habilidad de la mente y del espíritu para realizar dichas interconexiones. Algunos autores lo habían puesto de manifiesto. “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí”.
Son palabras afirmadas por Pablo de Tarso en su carta dirigida a los romanos, capítulo catorce, verso siete. Se destaca el enorme poder la influencia y el sentido de la vida que no era solamente reducida a la persona sin tener en cuenta a nadie más.
“Tus creaciones están protegidas porque el Espíritu Santo, que se encuentra en tu mente, las conoce y las puede llevar a tu conciencia siempre que se lo permitas”.
“Moran allí como parte de tu propio Ser porque tu plenitud o lo completo de ti las incluye. Las creaciones de cada Hijo de Dios son tuyas, puesto que toda creación les pertenece a todos, al haber sido creada para la Filiación en su totalidad”.
Daniel se dejaba impregnar de esas ideas de que toda acción buena estaba pensada para todos y no solamente para una persona. La ayuda prestada no se limitaba a una ocasión, a un grupo de gente, sino a todos los que formaban parte del grupo porque estábamos completos. La plenitud era nuestra seña de identidad.
Y otra cosa destacada era la facultad de libertad que cada uno gozaba. Esas interconexiones se producían siempre que nuestra libertad las permitía y las gozaba. La protección de datos estaba garantizada. El Espíritu Santo no hacía nada sin tu consentimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario