Luis había aceptado que una pareja de personalidades vivía en su interior. Si la paz, brillaba, entonces, estaba el mejor Luis. Pero, si la paz desaparecía, aparecía el peor Luis. La gente le preguntaba cómo podía ocurrir eso en una persona tan amable y tan excelente en sus manifestaciones.
Luis se sorprendía de que las personas no hubieran descubierto esa cualidad en cada persona. En ocasiones, había escuchado que era mejor no hablar con el vecino porque estaba pasando un mal momento. En esos períodos desaparecía el hombre razonable y pacificador que era.
Otras veces había preguntado por alguna amiga y le habían dicho algo similar. “Te aconsejamos que no trates de abordarla está en sus momentos de baja y se deja llevar por la furia de sus vientos que parecen vendavales”. Luis lo reconocía y trataba de adecuarse a esos períodos para tener buenas experiencias.
“Las distracciones del ego tal vez parezcan interferir en tu aprendizaje, pero el ego no tiene ningún poder para distraerte a menos que tú se lo confieras. La voz del ego es una alucinación”.
“No puedes esperar que te diga: ‘No soy real’. No obstante, no se te pide que desvanezcas tus alucinaciones por tu cuenta. Se te pide simplemente que las evalúes a la luz de los resultados que te aportan”.
“Si dejas de desearlas, debido a la pérdida de paz que te ocasionan, serán eliminadas de tu mente”.
Luis veía un camino para ir eliminando una de sus personalidades fundamentadas en el ego. Sabía que sin paz era una persona totalmente distinta. La paz lo equilibraba mucho. Lo serenaba y le hacía ver las situaciones de una forma bastante acertada.
La otra idea que iba haciendo camino en su pensamiento era que el ego se desarrollaba por nuestro apoyo, por nuestras dudas, por nuestras confusiones y por nuestra falta de aceptar con humildad, nuestras equivocaciones. Era su asignatura pendiente y deseaba aprobarla con todas sus fuerzas.
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