Luis y Enrique habían quedado para ir juntos a la montaña y dar un paseo por sus alrededores, cruzar sus riachuelos, disfrutar de sus contornos, un poco estilizados, y de algún que otro pequeño desfiladero dificultoso.
Habían ido muchas veces. Conocían el camino y siempre les atraía, de vez en cuando, perderse los dos juntos por aquellos lugares, admirando el paisaje, descubriendo siempre algo nuevo y disfrutar caminando.
Era domingo por la mañana y disponían de tiempo. Luis pasó por casa de Enrique. Se unieron los dos y enfilaron ruta hacia arriba, hacia la montaña orgullosa de su estampa, bella en su concepto y poderosa en sus cimientos. A lo largo de su falda se había trazado el camino que permitía su ascensión en forma de eses para superar los desniveles.
La montaña les daba ese aire de naturalidad que en la ciudad faltaba. Podías caminar por sus calles. Solamente se saludaba a las personas conocidas. Pero, en la montaña, el saludo era natural, cordial y amistoso. Así que fueron saludando a todas las personas que se encontraban en su trayecto. Poco a poco el ascenso se hacía más vertical y se dirigía a la cumbre con una vista amplia de la ciudad.
Pasaban una verde vegetación, pinos de poca altura les daban la bienvenida. Piedras y desniveles les ponían en juego sus equilibrios. Iban eligiendo su trayecto. Una mezcla de fuerza física y de posibilidades iba descubriendo, en cada momento, el camino más plausible.
Luis y Enrique estaban contentos. Estaban felices. Los dos juntos. Los dos en la montaña. Los dos en las alturas. Los dos unidos en pensamiento. Comentaban las incidencias. Se avisaban de las posibles trampas del itinerario e iban construyendo, con confianza, su aventura de coronar la cumbre que tanto gozo les daba.
Su decisión tomada. Su energía ofrecida. Sus esfuerzos unidos y sus palabras de ánimo y alegría les conducían a la cima. Por fin, la coronaron. Una panorámica amplia, espaciosa. Todos los extremos de la ciudad ante sus ojos. Las calles diminutas. El cielo amplio y espacioso y los barrancos bien delimitados que cortaban la ciudad en varias porciones por la abundancia de sus ríos.
Una vez más, sus pulmones se expandían y se alegraban del esfuerzo, de la compañía y de los momentos felices de aquel balcón estupendo que la altura les brindaba.
-Luis: Sabes que desde la altura me da por pensar en forma alta.
-Enrique: Y ¿a quién no? Desde aquí, quizás por la cercanía a lo alto, parece que recibimos una invitación.
- Luis: Esta semana he tenido varios pensamientos que han surcado mi mente.
- Enrique: Eso es bueno. Ya sabes que esos pensamientos me gustan y me interesan.
- Luis: Sí, ya te conozco. Por eso los puedo compartir contigo.
- Enrique: Ya sabes que la confianza es mutua.
- Luis: Lo sé. Pero, creo que esta vez no sé si tengo respuesta a mis planteamientos.
- Enrique: Inténtalo al menos. Comparte lo que tienes dentro de ti.
- Luis: Pues, no sé. Por una parte se habla de salvación, pero por otra parte veo que la gente está más preocupada por su condenación.
- Enrique: ¿Sabes que hay una palabra mal traducida del griego y que no refleja el pensamiento de Jesús?
- Luis: ¡Dime cuál!
- Enrique: Mientras Jesús habla de cambio de mentalidad, se traduce esta palabra griega como arrepentimiento. Por eso entiendo tu inquietud.
- Luis: Me dices que hay una palabra mal traducida. ¿Es eso cierto?
- Enrique: Sí, y es vital. Jesús abre su nuevo mensaje con un ofrecimiento de cambio de mentalidad. Y el cambio de mentalidad no es arrepentimiento.
- Luis: Ya veo. Jesús pone el énfasis en la forma de pensar. En los pensamientos. En los juicios que hacemos y como vemos las situaciones y a las personas.
- Enrique: En efecto. Jesús se centra en la esencia. Se centra en el lugar capaz de ser transformado.
- Luis: ¿Tienes algún ejemplo para poder captar mejor ese pensamiento salvador que nos trae Jesús?
- Enrique: Sí, claro que sí. Ya sabes que se dice: “lo que el hombre sembrare, eso cosechará”. La conoces muy bien.
- Luis: Sí, siempre con un poso de condenación en su exposición.
- Enrique: La nueva visión de Jesús la interpreta así: “Lo que consideres digno de ser cultivado lo cultivarás en ti mismo. Considerar que algo es valioso es lo que lo hace valioso para ti”.
- Luis: Tienes razón. Visto así ya no tiene ninguna carga de condenación. Es una gran libertad. Es tratar de cultivarte a ti mismo lo mejor. Me gusta esa interpretación. ¿Tienes algún otro ejemplo?
- Enrique: Sí, te comparto otro. “Los impíos perecerán” se convierte en una declaración de Expiación, si se entiende la palabra “perecerán” con el significado de “serán des-hechos”. Todos los pensamientos no amorosos tienen que ser des-hechos, palabra ésta que el ego ni siquiera puede entender. Para el ego, deshacer significa “destruir”. Para Jesús, con su “metanoia”, significa deshacer el error y cambiarlo por el pensamiento amoroso.
- Luis: Tienes razón. Las personas que confían en uno, sacan las mejores cosas de uno mismo. Las personas que no confían en uno, te hacen sacar tu lado negativo: tus miedos y tus prevenciones. Entiendo lo que me quieres decir. Jesús quiere sacarnos nuestro lado positivo. No tiene otro objetivo. Y así el lado negativo va quedando pequeño, muy pequeño y va desapareciendo.
- Enrique: Me dejas sin palabras, Luis. ¡Qué rápido lo has cogido!
- Luis: Tus ejemplos me han ayudado. Voy a leer todo escrito con esa mente transformada y dejar de ver condenación en nada de lo que leo.
- Enrique: Ese es el propósito de Jesús.
Los dos amigos quedaron en silencio. El día se presentaba ante ellos con la magnificencia del sol subiendo hacia su cénit. Resguardados con la sombra de unos gruesos peñascos, disfrutaban de la panorámica, de los pequeños movimientos diminutos a la distancia y del flujo de las nubes algodonosas, blancas y preciosas dibujadas en el horizonte, en el cielo y en los ojos de su alma.
Los dos sentían que, otra vez, se habían comunicado. El lugar, el cielo, la altura y la profundidad de su conversación se entrelazaban con el fresco del aire alpino que cruzaba la cima. Les curtía el rostro con su caricia hecha de frescura y presencia en esos riscos tan altos.
Se miraron entre ellos, y sin mediar palabra, quedaron de acuerdo en bajar de la cima y dirigirse a una fuente de manantial en la espalda de la montaña. Luis y Enrique continuaban con su marcha de domingo, llenándose de ilusión, de compañía y de comida para sus almas.