Benito pensaba. Le era grato ejercitar tal habilidad sobre todo rodeado por la naturaleza y sintiendo la fresca brisa acariciando su rostro. Sus momentos de reflexión tenían sabor de gloria, de momentos excelsos y de descubrimientos que lo llenaban de una nueva energía.
Dirigía sus ideas hacia todo lo que lo rodeaba. Agradecía a todos los estudiosos de los siglos anteriores que habían encontrado tantas explicaciones para las maravillas que nos rodeaban. Y eso era motivo de gozo y de aprecio para los ojos que captaban esos misterios desvelados.
Era consciente del poder del pensamiento. Cuando estaba acertado, era como un rayo de gran potencia que traspasaba más allá de la materia. Cuando estaba equivocado, producía también gran efecto en la gente. Las ideas de las personas eran poderosas.
Nunca pudo olvidar el experimento que realizó con algunos de sus alumnos. Distribuyó varios alumnos entre el edificio del dormitorio y el de las clases. Era un paseo de cinco minutos. El primero se encontró con la persona objeto del experimento. Lo saludó y le dijo que no había dormido muy bien. Su cara lo decía todo.
El compañero del experimento dijo que realmente había tenido una buena noche. Unos segundos más tarde, se encontró con el segundo. También le comentó que tenía una cara un poco desencajada. La noche le había traído alguna que otra pesadilla. Se extrañó el muchacho y dijo que era una coincidencia esas dos opiniones.
Faltaba el encuentro con el tercero. Directamente le dijo que se fuera para la habitación. Su aspecto no era bueno. Le dijo que no se preocupara. Él se lo diría al profesor. El muchacho empezó a temblar y a preocuparse. ¿Tendrían razón sus compañeros?
El cuarto compañero lo abordó y abundó en los mensajes anteriores. El muchacho accedió. Lo bajaron a la habitación. Le pusieron el termómetro y tenía fiebre. Le aconsejaron que estuviera en la cama y que en el recreo lo visitarían. Benito conocía el poder de las palabras, el poder de las ideas. Eran capaces de crear una sensación que no existía previamente de modo objetivo.
“Todo sistema de pensamiento tiene que tener un punto de partida. Empieza ya sea creando o fabricando, diferencia ésta a la que ya hemos hecho referencia. La semejanza entre ambas cosas reside en el poder que tienen como cimientos”.
“Su diferencia, en lo que descansa sobre ellas. Ambas son piedras angulares de sistemas de creencias por las que uno rige su vida. Creer que un sistema de pensamiento basado en mentiras es débil es un error”.
“Nada que un Hijo de Dios haya hecho carece de poder. Es esencial de que te des cuenta de esto, pues, de lo contrario, no podrás escapar de la prisión que tú mismo te has construido”.
Benito se quedaba atónito ante tal afirmación. No había considerado la posibilidad de que un sistema basado en la mentira tuviera tanto poder. Pero con la experiencia que había realizado con uno de sus alumnos, una serie de mentiras fue capaz de crear una realidad falsa.
Una realidad que hizo pasar a un muchacho que se encontraba perfectamente en la cama hasta el mediodía. El profesor lo visitó y le dijo la verdad del experimento. Las mentiras, aunque falsas, repetidas y compartidas con apariencia de verdad, tenían un poder nunca previsto de antemano.
Leía y releía: “Creer que un sistema de pensamiento basado en mentiras es débil es un error”. Era un paso más en su camino del pensamiento.
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