miércoles, mayo 23

LA PAZ, NUESTRO PATRIMONIO

Daniel había escuchado desde pequeño la expresión citada por el maestro de todos los tiempos: “Mi paz os dejo, mi paz os doy. No os la doy como el mundo la da”. Una experiencia que no sabía aquilatar muy bien. Como niño disfrutaba de una seguridad de sus padres que le calmaban y le daban la paz. 

Al paso del tiempo, fue conociendo todas las tendencias que venían de la espiritualidad hindú. Todas ellas se centraban en proporcionar tranquilidad y paz al alma. Todas dirigían su foco en encontrar esa paz interior que calmaba y tranquilizaba todo el tráfico que pasaba por sus mentes. 

La paz, ahora, adquiría un acento muy intenso en la vida de las personas. Poder callar la voz interna que trataba de resolver mil problemas era un medio de quitar la paz. La voz que se obsesionaba en cómo hacer varias acciones a la vez necesitaba de esa paz para dejar de distorsionar la realidad. 

Los ecos de paz resonaban en su interior con una comprensión mucho mayor: “la paz es el patrimonio natural del espíritu. Todo el mundo es libre de rechazar su herencia, pero no de establecer lo que ésta es”. 

“El problema que todos tienen que resolver es la cuestión fundamental de la autoría. Todo miedo procede en última instancia, y a veces por rutas muy tortuosas, de negar la verdadera Autoría”. 

“La ofensa no es nunca contra Dios, sino contra aquellos que lo niegan. Negar su Autoría es negarte a ti mismo la razón de tu paz, de modo que sólo te puedes ver a ti mismo fragmentado. Esta extraña percepción es el problema de la autoridad”. 

Daniel captaba el origen de la paz. Su paz infantil radicaba en sus padres. Su paz de adulto radicaba en su Padre Celestial. Era la visión que impedía verse fragmentado. Esa unidad hecha pedazos era la causa de su falta de paz. 

Se deleitaba con la primera afirmación que le había llegado muy hondo: “la paz es el patrimonio natural del espíritu”. Su cabeza, sus pensamientos y sus ojos asentían esa frase en su experiencia. La confianza que sus padres le daban en su niñez, era la confianza que le daba el Eterno. 

La frase del maestro de todos los siglos podría cambiarse así: “La paz os dejo, la paz os devuelvo. Es vuestra paz. Nadie os la puede quitar excepto vosotros mismos”.

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