Rafa estaba relativamente tranquilo. A lo largo de su vida había cambiado en algunas ocasiones sus conceptos y sus visiones de las relaciones. Ahora, en la tranquilidad de la mirada sobre la cima de la colina, veía que sus tendencias de niño habían ido madurando en una dirección bien definida.
Soñaba en su mente infantil con las relaciones agradables con las personas. Sus padres le decían que no fuera tan confiado. Alguien le podría engañar. Rafa escuchaba las palabras de sus padres, pero en su interior había una fuerza especial que le hacía, por una parte, obedecerlos, pero por otra, descubrir sus ideales internos.
En su juventud le decían que ya cambiaría en la edad adulta. Sus ideales continuaban desarrollándose en su interior. La relación de las personas siempre podía ser mejor. Estaba decidido a superar todos los inconvenientes. Y, ahora, desde su mirada desde la cima, continuaba con esos ideales con muchos planteamientos.
Ya no eran solamente esas fuerzas internas de su niñez. Tenía en su mente muchos libros leídos, muchos autores que caminaban por la misma senda, muchos razonamientos del espíritu interno que había descubierto en su niñez vivían en cada persona. Era universal. Su horizonte se había expandido, pero la verdad vivida continuaba latiendo.
“El conocimiento, como ya hemos observado, no conduce a la acción. Tu confusión entre tu verdadera creación y lo que has hecho de ti mismo es tan grande que se te ha hecho literalmente imposible saber nada”.
“El conocimiento es siempre estable, y es evidente que tú no lo eres. Aun así, eres perfectamente estable tal como Dios te creó. En ese sentido, cuando tu comportamiento es inestable, estás en desacuerdo con la Idea que Dios tiene acerca de tu creación”.
“Puedes hacer esto si así lo eliges, mas no querrías hacerlo si estuvieses en tu mente recta”.
Rafa veía que su libertad era suprema. Podía tener esa opción en su vida. Valoraba mucho poseer esa libertad. A pesar de todas las oposiciones que había tenido a lo largo de su vida, siempre había elegido esos impulsos universales en sus relaciones con los demás.
Muchos habían querido demostrarle que estaba equivocado. Pero Rafa seguía eligiendo lo que su corazón le dictaba, lo que su mente comprendía y lo que su alma ansiaba.
Todos éramos hermanos. Todos éramos de un mismo sentir. No había diferencias que nos separara. Una mirada amiga, una mano ayudadora, un afecto compartido y un agradecimiento sincero, era entendido por cualquier persona del universo. Éramos realmente uno.
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