Pablo reconocía que una buena actitud era vital para las relaciones humanas. Las personas pacificadoras, comprensivas y sabias sabían dar ese toque que calmaba los miedos y temores en los corazones humanos. Y cada ser humano lo agradecía en el alma.
Era estupendo, en muchas ocasiones, salir de un lugar sin salida, de un pensamiento de crueldad que no se quería, de una afirmación que se había expresado en un ambiente de furia, pero no se sentía. A veces lágrimas caían sobre el rostro lamentando el error en una situación confusa.
Muchos admitían su equivocación. Todos necesitaban una mano de comprensión, un espíritu de bondad y de apoyo. No deseaban que estuvieran de su lado en los errores. Apreciaban que les dijeran que eran episodios que todos cometíamos y que, como seres iguales a él o ella, los conocíamos y los disculpábamos.
Esa sencilla actitud era todo lo que muchas almas buscaban en ciertos momentos de su vida. Un buen espíritu, una mano amiga, una comprensión verdadera, una mirada de paz y de mutuo contacto. Pablo había visto esa experiencia muchas veces.
Había constatado la dificultad de algunas personas en compartir esos anhelos sabiendo que todos éramos humanos y en algún momento de nuestra existencia podíamos necesitarlos también. Cuestión de sabiduría que no se veía con la claridad debida.
“La capacidad de percibir hizo que el cuerpo fuese posible, ya que tienes que percibir algo y percibirlo con algo. Por eso es por lo que la percepción siempre entraña un intercambio o interpretación que el conocimiento no requiere”.
“La función interpretativa de la percepción, que es una forma de creación distorsionada, te permitió entonces llegar a la conclusión de que tú eres tu cuerpo, en un intento de escapar del conflicto que tú mismo habías provocado”.
“El espíritu, que goza de absoluto conocimiento, no pudo avenirse a esta pérdida de poder, ya que es incapaz de albergar oscuridad. Esto hizo que el espíritu fuese casi inaccesible a la mente y completamente inaccesible al cuerpo”.
“A partir de ahí, se percibió al espíritu como una amenaza, puesto que la luz disipa la oscuridad al mostrarte simplemente que ésta no se encuentra ahí. La verdad siempre prevalecerá sobre el error de este modo”.
“No puede ser éste un proceso activo de corrección porque, como ya he puesto de relieve, el conocimiento no hace nada. Puede ser percibido como un agresor, pero no puede atacar”.
“Lo que tú percibes como ataque es tu propio vago reconocimiento de que el conocimiento siempre se puede recordar, al no haber sido jamás destruido”.
Pablo iba comprendiendo un poco más la idea de que no era un cuerpo. Era espíritu, pero la mente no podía casi captarlo. Por ello, se refugió en el cuerpo como su natural identificación. El cuerpo y el espíritu eran opuestos entre sí. El cuerpo no podía captar el espíritu.
Sin embargo, una actitud de alegría, de paz, de tranquilidad y serenidad eran muy buenos para el funcionamiento del cuerpo. La furia, la venganza, las emociones tóxicas y las adicciones del cuerpo llevaban a la propia autodestrucción del cuerpo.
Pablo veía, por su experiencia, que, para escaparse de las trampas del cuerpo, debía desarrollar el espíritu que todo lo curaba, todo lo mejoraba, todo lo unía y todo lo serenaba.
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