Abel había vivido tanto tiempo en su mente sin hacer ninguna división en ella que en el momento que descubrió el ‘ego’ se quedó asombrado. El maestro le había enseñado muchas cosas. Había aprendido muchas cosas de historia, de letras, de matemáticas, de ciencia, pero del ‘ego’ nada.
Fuera de la escuela nadie le había hablado de esa posibilidad que vivía en cada uno de nosotros. Un ente que se mezclaba con nuestros pensamientos y que, sin darnos cuenta, nos hacía enfadar con los demás porque nos sentíamos incómodos, indefensos, ante el ataque que alguien nos dirigía.
Era tan normal que se admitía que todos caminábamos por el mismo sendero. Pero ese ‘ego’ no se ponía de manifiesto porque se concebía que el enfrentamiento entre las personas era normal y motivo de destrozos familiares tanto físicos como emocionales.
El saber popular había acuñado la frase: ‘piensa mal y acertarás’, para definir un poco ese ‘ego’ que dominaba el carácter, el pensamiento de las personas, incluso de aquellas que eran pacíficas, buenas y conciliadoras. Estaba claro que el ser humano tenía cierta inclinación hacía la preponderancia y la discordia.
“Es razonable preguntarse cómo pudo la mente haber inventado el ego. De hecho, es la mejor pregunta que puedes hacerte”.
“Sin embargo, no tiene no tiene objeto dar una respuesta en función del pasado porque el pasado no importa, y la historia no existiría si los mismos errores no siguiesen repitiéndose en el presente”.
“El pensamiento abstracto es pertinente al conocimiento porque el conocimiento es algo completamente impersonal, y para entenderlo no se necesita ningún ejemplo”.
“La percepción, por otra parte, es siempre específica y, por lo tanto, concreta”.
Abel comprendía que unos mismos conocimientos hallados por la mente podían ser utilizados para el bien de la humanidad o para destruir a la humanidad. Así comprendía que el conocimiento era algo completamente impersonal.
Pero cuando el ‘ego’ entraba en acción entonces se discutía sobre los beneficios que se podían obtener del conocimiento. Es decir, la utilización con fines partidistas del conocimiento.
En muchos lugares se han pasado momentos de angustia porque no tenían medios económicos para pagar el Sovaldi, un medicamento para curar la hepatitis C. El ‘ego’ de ganancia desorbitada jugaba con la necesidad de las personas para encarecer su producto.
Era impensable que unas personas con ayuda del poder de la mente descubrieran un remedio tan eficaz (conocimiento impersonal) para obtener ganancias basadas en la angustia de las personas (‘ego’).
Por ello, continuaban siendo noticias las personas nobles que devolvían una cartera llena de billetes (conocimiento impersonal sin ‘ego’) a la policía para devolvérsela a sus dueños.
Abel entendía que la nobleza era la riqueza de la persona. El ‘ego’ distorsionaba las relaciones humanas y les ponían cierta sal de malicia que les impedían alcanzar la felicidad de la unión de las personas en un mismo fin sobre la tierra.
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