jueves, junio 21

EL EGO ES CAMBIANTE

David reconocía que sus percepciones, sus ideas y sus opiniones sobre los demás había ido cambiando a lo largo de su vida. En algunos momentos había sentido cierto temor de hablar con ciertas personas que le parecían muy extrañas. Pero ese miedo se disipaba cuando entraba en contacto. 

Descubría entonces que todos sus planteamientos estaban equivocados respecto a aquella persona. No había sido justo con las opiniones que habían surgido en su mente por ciertos detalles que le habían llegado. La verdad sobre las personas era un desafío impenetrable. 

A veces, en conversaciones, veía que, al intercambiar opiniones sobre una misma persona, se estuviera hablando de personas distintas. Lo cierto era que las opiniones sobre esa persona eran distintas. Cada persona había visto algo diferente en él. Cada persona había tenido experiencias distintas. 

“Todo el mundo inventa un ego o un yo para sí mismo, el cual está sujeto a enormes variaciones debido a su inestabilidad. También inventa un ego para cada persona a la que percibe, el cual es también variable”. 

“Su interacción es un proceso que los altera a ambos porque no fueron creados por el Inalterable o mediante Él. Es importante darse cuenta de que esta alteración ocurre con igual facilidad tanto si la interacción tiene lugar en la mente como si entraña proximidad física”. 

“Pensar acerca de otro ego es tan eficaz en el proceso de cambiar la percepción relativa como lo es la interacción física. No puede haber mejor ejemplo que este de que el ego es solamente una idea y no un hecho”. 

David no había comprendido la afirmación de que Jesús expusiera que él era el camino, la verdad y la vida. La palabra ‘verdad’ tenía un gran contenido positivo. La mirada de Jesús, la opinión de Jesús sobre los demás, no se basaba en un ‘ego’. Venía de su espíritu. 

Venía de esa nueva mentalidad que nos regalaba: todos éramos hijos de un mismo padre y todos éramos hermanos, sin distinción de lenguas, de razas, de culturas, de lugares físicos. 

En esa línea la visión de los demás no venía de un ‘ego’ de miedo. Ahora David comprendía mucho mejor las expresiones de Jesús. La verdad sobre nosotros mismos y sobre los demás no venía de la percepción sino del conocimiento, del espíritu que nos hacía a todos procedentes de un mismo origen. 

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