José sentía en momentos unos escalofríos que le recorrían el cuerpo. Le sembraban semillas de inseguridad, angustia, temor y, en ocasiones, paralización. Lo más característico era que le duraban unos minutos hasta que su pensamiento lo tranquilizaba y lo serenaba.
Después, debía tomar un tiempo para pacificarse y recomponerse con su fuerza natural de cada día. El miedo lo machacaba como una presa indefensa de vez en cuando. Siempre sucedía cuando los horizontes temblaban en su interior y veía que las incertidumbres aumentaban.
Agradecía que pudiera reponerse de tales angustias. Trataba de vivirlas en soledad para no compartirlas con su familia. El vapuleo que sentía su cuerpo era notable y quedaba un poco dolido por esos momentos de desfallecimientos ante los inconvenientes que se agrandaban como gigantes.
Leyendo aquel párrafo se asombraba del autor del miedo. Nunca hubiera pensado en ese origen que le proponía. “Dios no es el autor del miedo. El autor del miedo eres tú. Has elegido crear en forma diferente a como crea Él, y, por lo tanto, has hecho posible el que puedas tener miedo”.
“No estás en paz porque no estás desempeñando tu función. Dios te encomendó una función muy elevada que no estás llevando a cabo. Tu ego ha elegido estar atemorizado en vez de llevarla a cabo”.
“Cuando despiertes te será imposible entender esto porque es literalmente increíble. No creas lo increíble ahora. Cualquier intento de incrementar su credibilidad es un intento de posponer lo inevitable”.
“La palabra ‘inevitable’ le causa terror al ego, pero es motivo de júbilo para el espíritu. Alcanzar a Dios es inevitable, y tú no puedes eludirlo, de la misma manera en que Él no te puede eludir a ti”.
José reconocía que cuando se sentía solo, abandonado, aislado, en este mundo, era la ocasión donde las experiencias de miedo lo sacudían con fuerza. Al desaparecer las seguridades, se sentía navegar en una pequeña embarcación sin remos en un mar bravío.
Pero cuando miraba la luz de la confianza, del objetivo de su vida, de la misión de sus esfuerzos, sentía una seguridad que le ponía en sus manos todas las energías que poseía.
Se dejaba llevar por las palabras: “Alcanzar a Dios es inevitable, y tú no puedes eludirlo, de la misma manera en que Él no te puede eludir a ti”. Esa unión, esa conjunción de seguridades, esa fusión de corazones y de objetivos le daban la luz del camino por el que debía caminar para cumplir su función.
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