Samuel no podía olvidar la noche angustiosa que pasó aquel día en que decidió romper con una de las ideas que le habían dado seguridad durante toda su infancia y su primera juventud. Fue como romper algo sustancial en su edificio interior.
Todos los pasos durante el día parecían que no iban por terrenos firmes sino difíciles, movibles, resbaladizos y prestos a hacerle perder el equilibrio. Un pilar fuerte de sus seguridades internas se estaba debilitando, destruyendo, cayendo en el interior de la habitación y dejaba que el edificio se precipitara.
La sensación de inestabilidad se intensificaba. Pero la decisión en su mente estaba tomada. Iría hacia adelante. No quería mirar el pasado. Algo nuevo se abría y amenazaba lo anterior. Vida nueva que nacía, pensamientos nuevos que tomaban su lugar y despedían los antiguos amenazando siniestro.
“Socavar el sistema de pensamiento del ego no puede sino percibirse como un proceso doloroso, aunque no hay nada que esté más lejos de la verdad. Los bebés gritan de rabia cuando se les quita un cuchillo o unas tijeras, a pesar de que, si no se hiciese, podrían lastimarse”.
“En este sentido eres un bebé. No tienes una idea clara de lo que es el verdadero instinto de conservación, y probablemente decidirías que necesitas precisamente lo que más daño te haría”.
“Sin embargo, tanto si lo reconoces ahora como si no, has acordado cooperar con el empeño de llegar a ser inofensivo y servicial, atributos estos que son necesariamente inseparables”.
“Incluso las actitudes que tienes a ese respecto son necesariamente conflictivas, puesto que todas las actitudes están basadas en el ego. Esto, sin embargo, no perdurará”.
“Ten paciencia mientras tanto, y recuerda que el desenlace es tan seguro como Dios”.
Samuel se reconocía en cada uno de los puntos de la experiencia detallada en ese párrafo. La angustia cesó cuando se cayó de la cama. Se despertó en el suelo. Se hizo consciente de que era un sueño. Volvió a la cama. La decisión estaba segura. Iría hacia adelante. La paz retornó a su cuerpo y a su mente.
El sueño de pánico había desaparecido y un nuevo horizonte de luz, más comprensivo, más acorde con su pensamiento, con su decisión, se abría lleno de un encanto especial. El pensamiento que apoyaba el ego había desaparecido. Pero no se había cumplido su amenaza.
Debajo del pensamiento no había un vacío de un abismo sin fondo. En lugar del pensamiento equivocado había toda una nueva luminosidad que le daba una nueva paz a su rostro.
Debilitar el ego no era una angustia, era una liberación.
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