Enrique había tenido un encuentro muy amistoso con su jefe de estudios. Había gran sintonía entre ambos. Todas las cuestiones encontraban una solución y una salida siempre muy sabia. Era un placer mantener esos encuentros, esas conversaciones y esas soluciones.
En una de esas charlas, le dijo que el objetivo de la enseñanza a los hijos era hacerlos independientes de tal manera que no necesitaran de los padres. Era la primera vez que oía tal definición. Parecía que era un poco descarnada y falta de sensibilidad.
Sin embargo, racionalmente tenía toda la razón. Los padres se interesaban en los hijos, en guiarlos en su crecimiento, en orientarles en sus elecciones y darles la posibilidad de crecer con relativa seguridad. Esa idea de separación total le impactó a Enrique en la escala de sus conceptos educativos.
Repetía mentalmente que la educación era el proceso para hacer a los hijos independientes de sus progenitores. Cierto día las decisiones de los hijos no cruzarían la senda de los padres porque desde su libertad irían ejerciendo su propia manera de ser y su propia responsabilidad.
Empezaba entonces el autoaprendizaje. Las experiencias y las incidencias de la vida era la trama y la urdimbre de su propia tela de ir construyéndose a ellos mismos. Leía aquel párrafo con todo detenimiento.
“Todo buen maestro espera impartir a sus estudiantes todo su tesoro de conocimientos que él mismo ha aprendido de modo que algún día puedan conducirse solos sin la ayuda del maestro. Este es el verdadero y único objetivo del maestro”.
“Es imposible convencer al ego de esto porque va en contra de todas sus leyes. Pero recuerda que las leyes se promulgan para proteger la continuidad del sistema en que cree el que las promulga”.
“Es natural que el ego trate de protegerse así mismo una vez que lo inventaste, pero no es natural que desees obedecer sus leyes a menos que tú creas en ellas”.
“El ego no puede tomar esta decisión debido a la naturaleza de su origen. Pero tú puedes tomarla debido a la naturaleza del tuyo”.
Enrique recordaba los malos momentos donde algunos de sus compañeros se habían hecho mayores y no aceptaban que su sabiduría había sido superada por sus alumnos. Se sentían acabados, frustrados, nostálgicos y defensores de las realidades que había vivido en su juventud.
Les faltaba la generosidad del maestro: disfrutar de que sus alumnos les superaran en todas las facetas como una proyección de un camino que en alguna parte del mismo había ido juntos.
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