jueves, junio 7

NO ES OPORTUNO ATACAR EL EGO

Sebas recordaba el libro que le atrajo su atención por primera vez en aquella librería. Su título era sugerente: ‘El ego’. Era una palabra que conocía de sus estudios de filología y que indicaba la idea del pronombre ‘yo’. Se prefería para ese significado su expresión latina. 

Era un mundo nuevo. Nunca le habían hablado de él. Atraído por el libro, pero no tenía claro cuál era su contenido, su mensaje y su inserción en la vida diaria de las personas. A veces se confundía con la autoestima. Desde ese punto de vista alguien le había dicho que un poco de ‘ego’ era estupendo. 

Ideas nuevas, planteamientos que se desplegaban en la lectura. No llegaba a concebir de un modo claro cuál era su papel, su función, su misión en la vida de las personas. Después de leer otros libros, fue concibiendo que era una idea negativa que vivía en nuestro interior y que debíamos quitarla. 

Lo cierto era que debió de leer muchas veces aquel libro. Sus delimitaciones se iban clarificando con el paso de los años. Otros libros lo complementaban y le ayudaban mucho a captarlo mucho mejor. Durante una temporada fue un concepto que lanzaba sobre algunas personas en sus diatribas y discusiones. 

Ahora Sebas reconocía su error, su falta de comprensión, su falta de inteligencia para captar el mensaje escondido detrás de esa palabra latina: ‘El ego’. Se sonreía con el recuerdo de la lectura de aquel primer libro sobre el tema. Creía que después de leerlo podría comprenderlo. 

Se dio cuenta de que estaba tan entretejido en su vida, en la vida de todos los humanos, en las celebraciones de las competiciones, en las emociones de nuestras victorias que era difícil deshacerse de esa entidad. 

La tranquilidad le había llegado y terminó por comprender un punto que no tenía claro. El ‘ego’ no se puede, no se debe, no es oportuno atacarlo. Cuanto más se ataca el ‘ego’, más fuerte se hace, más poderoso resulta, más dominante se vuelve en nuestra vida y nos anula. Entonces nos dirige con toda impunidad. 

“El espíritu no tiene necesidad de que se le enseñe nada, pero el ego sí. El proceso de aprender se percibe, en última instancia, como algo aterrador porque conduce, no a la destrucción del ‘ego’ sino al abandono de éste a la luz del espíritu”. 

“Éste es el cambio que el ‘ego’ no puede sino temer, puesto que no comparte mi caridad, mi amor. La lección que yo tuve que aprender es la misma que tú tienes que aprender ahora, y puesto que la aprendí, puedo enseñártela”. 

“Nunca atacaré tu ‘ego’, si bien estoy tratando de enseñarte cómo surgió su sistema de pensamiento. Cuando te recuerdo tu verdadera creación, tu ‘ego’ no puede por menos que reaccionar con miedo”. 

Sebas sentía en su corazón que todas las veces que había tratado de identificarse con su Creador no podía compartirlo con las personas. Eran pensamientos que no debían pasar por la mente. La distancia entre Dios y los humanos era inabarcable, imposible de reducir y una blasfemia pensar de esa manera. 

Desde pequeño le habían enseñado un Dios omnipotente, omnisapiente, omnisciente. Sentía que era un peso que debía llevar. No era posible escapar de la vigilancia de Dios. Por ello, sintió algo en su interior cuando cierto autor definió a la oración de un modo muy distinto. 

“Orar era el acto de abrir el corazón a Dios como a un amigo”. Dios dejaba la lejanía y se acercaba al hombre como a un amigo. Eso estaba en la línea de lo que su corazón vibraba. Esa línea de interacción delineaba a Dios como el amigo que todos hubiéramos soñado tener en algún momento.

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