miércoles, junio 13

EL EGO ES NUESTRA VANAGLORIA

Darío pensaba y pensaba. Era un ejercicio que le atraía mucho. Era una parte de su energía de la que no podía salirse. Se sentía feliz en sus pensamientos, en sus reflexiones y en sus momentos de paz cuando descubría un poco más de luz en la senda por donde dirigía sus pasos. 

La palabra ‘vanagloria’ era una palabra que todos buscábamos como sinónimo de éxito, de reconocimiento de los demás, de ser apreciados y sentir con toda el alma que las personas nos apoyaban. Sin embargo, sabíamos que era caprichosa, no se daba siempre y que siempre nos defraudaba. 

La formación de la palabra constaba de dos formas que juntas anulaban ese éxito: ‘vana’ y ‘gloria’. Dejaba traslucir una suerte de absurdo que llenaba en algunos instantes, pero dejaba un vacío incapaz de ser llenado después de haberla sentido. 

La gloria nunca era vana, incompleta, sin sentido, con vacíos y con separaciones. La gloria era completa, única, llena de significado, sin vacíos ni confusiones. Esa era la diferencia entre el ‘ego’ y el ‘espíritu’. 

“El ego trata de explotar todas las situaciones para vanagloriarse, a fin de superar sus propias dudas. Seguirá lleno de dudas mientras tú sigas creyendo en su existencia. Tú, que lo inventaste, no puedes tener confianza en él”. 

“Cuando estás en tu mente recta te das cuenta de que no es real. La única solución cuerda es no tratar de cambiar la realidad – lo cual sería ciertamente aterrador- sino aceptarla tal como es”. 

“Tú formas parte de la realidad, la cual permanece inmutable más allá del alcance del ego, aunque fácilmente al alcance del espíritu. Cuando sientas miedo, aquiétate y reconoce que Dios es real y que tú eres Su Hijo amado en quien Él se complace”. 

“No dejes que el ego refute esto porque el ego no puede conocer algo que está tan lejos de su alcance como lo estás tú”. 

Darío quería vivir la gloria en toda su expresión. En muchos momentos había visto el dolor en sus amigos cuando recordaban sus orígenes, sus padres pobres y humildes y el vecindario donde habían vivido. Se sentían desposeídos de su auténtico valor, de su auténtica valía, de su mente abierta y gloriosa. 

Esa tarde, Darío quería ir más allá de esos orígenes humanos que los había depositado en este mundo terrenal. Darío quería subrayar el auténtico origen de mentes poderosas preparadas para aprender, amar, comprender, compartir, ayudar, colaborar y unir las manos para sentirse uno con todos. 

Se repetía a sí mismo: “Cuando sientas miedo, aquiétate y reconoce que Dios es real y que tú eres Su Hijo amado en quien Él se complace”. Ese era el camino de la grandeza del alma.

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