jueves, octubre 4

INTERCAMBIOS IMPENSABLES


Adolfo veía que todo estaba a su mano y que podía hacer intercambios en su mente que nunca habría imaginado. La idea de sentirse víctima en una relación era algo que le tocaba muy de cerca. Solía enfadarse y mostrarse terco y desafiante en la relación cuando constataba que no se le respetaba ni se le apreciaba. 

Salían de su interior sentimientos heridos, molestos, exigentes y, en ocasiones, de cierto celo interior muy intenso. Se daba cuenta con el tiempo que esos sentimientos eran provocados por la persona que le atacaba verbalmente. Se sentía una marioneta en las manos del otro y se quedaba paralizado. 

Cierto día entendió que el rol de víctima, de ofendido, de molesto, que jugaba era una reacción suya. No se daba cuenta de que el ataque efectuado por el otro no iba contra él. No podía atacarlo porque nadie sabe realmente quién es el otro. La persona que ataca lo hace por su propia inarmonía, por sus propios problemas. 

Cuando lo comprendió Adolfo, dejó de centrarse en él y focalizarse en la otra persona. Eso le ayudó mucho y dejó de sufrir, de sentirse una diana de los demás, cuando en realidad, era una manifestación de la problemática del otro. 

“Los sentimientos de culpabilidad son los que perpetúan el tiempo. Inducen miedo a las represalias o al abandono, garantizando así que el futuro sea igual que el pasado”. 

“En esto consiste la continuidad del ego, la cual le proporciona una falsa sensación de seguridad al creer que tú no puedes escaparte de ella. Pero no sólo puedes, sino tienes que hacerlo”. 

“Dios te ofrece a cambio la continuidad de la eternidad. Cuando te decidas a hacer este intercambio reemplazarás simultáneamente la culpabilidad por la dicha, la crueldad por el amor y el dolor por la paz”. 

“Mi papel consiste únicamente en desatar las cadenas que aprisionan tu voluntad y liberarla. Tu ego no puede aceptar esta libertad y se opondrá a ella siempre que pueda y en cualquier forma que pueda”. 

“Y puesto que tú eres su hacedor, reconoces lo que él puede hacer, pues le conferiste el poder de hacerlo”. 

Adolfo temblaba y se alegraba. Temblaba porque él interiormente sin darse cuenta deseaba continuar con esa serie de pensamientos de víctima y de exigencia a los demás que lo comprendieran. 

Se alegraba porque la posibilidad del cambio que estaba en su mano lo liberaba totalmente: reemplazar culpabilidad por dicha, crueldad por amor, dolor por paz. Era una nueva persona que podía nacer si lo creía y no se oponía. Si lo creía y deseaba salir de esa posición que, en ocasiones amaba, de considerarse una víctima.

No hay comentarios:

Publicar un comentario