Samuel, acostumbrado a recibir palabras del exterior, creía en los años de aprendizaje que todo venía del exterior. Él parecía como una casa abierta que recibía gozoso todos los regalos que le iban haciendo. A veces, también tenía que cerrar alguna ventana de la casa para no recibir algún inconveniente.
Así que todo el asunto tanto bueno como difícil e inoportuno venía del exterior y debía lidiar con ambas cosas desde su interior. Recordaba sorprendido una persona adulta que afirmaba que él se molestaba porque los otros le hacían molestar. Si los demás fueran amables con él, no se molestaría.
La afirmación de aquel señor adulto le hizo ver que había una responsabilidad interior en nuestro corazón y en nuestros pensamientos. Era cierto que el exterior influenciaba a los seres vivientes, pero no todos los seres vivientes reaccionaban de la misma manera a esas influencias.
Algunas de esas influencias para unos eran buenas para otros no tan agradables Había en el interior de las personas una individualidad que no podía pasarse por alto.
“Tu resurrección es tu despertar. Yo soy el modelo de renacer, pero el renacer en sí no es más que el despuntar en la mente de lo que ya se encuentra en ella. Dios mismo lo puso allí, y, por lo tanto, es cierto para siempre”.
“Yo creí en ello, y, por consiguiente, lo acepté como la verdad. Ayúdame a enseñárselo a nuestros hermanos en nombre del Reino de Dios, pero cree primero que es verdad, pues, de lo contrario, enseñarás el mal”.
“Mis hermanos se quedaron dormidos durante la supuesta ‘agonía del huerto’, pero yo no podía indignarme con ellos porque sabía que no podía ser abandonado”.
Samuel quedaba impresionado por la afirmación de Jesús: “el renacer en sí no es más que el despuntar en la mente de lo que ya se encuentra en ella. Dios mismo lo puso allí, y, por lo tanto, es cierto para siempre”. No éramos seres incompletos sino dormidos, inconscientes de lo que realmente éramos.
Tener una idea clara de lo que realmente éramos era vital para nuestros pensamientos y para nuestro desarrollo y relación con los demás. Una persona que se veía rechazada por todos desarrollaba estrategias de defensa y de ataque. Una persona segura de sí misma en su libertad, no tenía miedo de las ideas de los demás.
La seguridad y claridad de quién era Jesús le llevó a poner en práctica su acertada idea sobre sus discípulos: “Mis hermanos se quedaron dormidos durante la supuesta ‘agonía del huerto’, pero yo no podía indignarme con ellos porque sabía que no podía ser abandonado”.
La seguridad de que tenemos contacto directo con el Padre Creador, con su sabiduría, con su relación con Sus Hijos, marca mucho la diferencia en nuestros actos en nuestra vida diaria.
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