Guille se asombraba ante la enfermedad de un familiar que uno de sus hijos hiciera una promesa al Eterno de irse a recorrer el camino de Santiago si su madre mejoraba. Su mente captó la expresión y se quedó callado. Todas sus neuronas se pusieron en movimiento.
No podían entender qué relación había entre aquella enfermedad de la madre y aquella promesa. Parecía que se debía pagar un sacrificio, una invocación a las fuerzas espirituales por dicha mejoría. Los humanos siempre tendían a confundir lo eterno con sus creencias personales.
Trataban al Eterno como a una persona a la que le dedicaran un obsequio para que tratara de solucionar el asunto. Siempre la idea de pagar, de influir, de esforzarse para condicionar no se sabía qué voluntad para lograr su objetivo. La influencia sobre los demás pesaba en aquellas conciencias. No tenía sentido.
“Elegí, por tu bien y por el mío, demostrar que el ataque más atroz, a juicio del ego, es irrelevante. Tal como el mundo juzga estas cosas, no como Dios sabe que son, fui traicionado, abandonado, golpeado, atormentado, y finalmente, asesinado”.
“Está claro que ello se debió únicamente a las proyecciones de otros sobre mí, ya que no le había hecho daño a nadie y había curado a muchos. El Espíritu Santo se regocija cuando puedes aprender de mis experiencias y volverte a despertar”.
“Ese es su único propósito y esa es la única manera en que yo puedo ser percibido como el camino, la verdad y la vida. Oír una sola voz nunca implica sacrificio”.
“Por el contrario, si eres capaz de oír al Espíritu Santo en otros, puedes aprender de sus experiencias y beneficiarte de ellas sin tener que experimentarlas tú mismo”.
“Eso se debe a que el Espíritu Santo es uno, y todo aquel que le escucha es conducido inevitablemente a demostrar Su camino para todos”.
Guille entendía que cualquier experiencia en la vida podía enviarnos el mensaje de aprender de sus caminos. El cambio no se producía por realizar sacrificios. El cambio se producía por entender, comprender y volver a despertar en nosotros ese tesoro Eterno que llevábamos todos dentro.
Siempre estábamos dispuestos a hacer algo. Hacer acciones parecía que nos calmaba nuestra alma inquieta interna porque, sin darnos cuenta, estábamos lejos del Eterno. Queríamos acortar ese camino con influencias y con nuestros sacrificios.
Nadie nos pedía ningún sacrificio. El Eterno nos invitaba a Su amistad, a Su cercanía y a Su caminar junto con nosotros.
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