Lucas notaba que cuando podía expresar la gratitud natural que le salía del corazón era una experiencia plena, agradable, llena de sentido y felicidad. Sabía que el corazón agradecido era un distintivo del fuego de amor que circulaba por las venas y por los nervios de la mente.
Todo adquiría paz y serenidad. Todo se tornaba placentero y equilibrado. Una energía creadora emanaba de su fuente interior. Reconocer la sabiduría, los dones recibidos y las bendiciones de la vida lo fortalecía de una manera especial. Maravillosos instantes que rodeaban su visión con los mejores colores.
“Yo no necesito gratitud, pero tú necesitas desarrollar tu mermada capacidad de estar agradecido, o no podrás apreciar a Dios. Él no necesita que lo aprecies, pero tú sí”.
“No se puede amar lo que no se aprecia, pues el miedo hace que sea imposible apreciar nada. Cuando tienes miedo de lo que eres no lo aprecias, y, por lo tanto, lo rechazas. Como resultado de ello enseñas rechazo”.
“El poder de los Hijos de Dios está presente en todo tiempo porque fueron creados para ser creadores. La influencia que ejercen unos sobre otros es ilimitada, y tiene que utilizarse para su salvación conjunta”.
“Cada uno de ellos tiene que aprender a enseñar que ninguna forma de rechazo tiene sentido. La separación es la noción del rechazo. Mientras sigas enseñando esto lo seguirás creyendo. No es así como Dios piensa, y tú tienes que pensar como Él si es que has de volver a conocerlo”.
Lucas estaba feliz porque las propuestas del Eterno estaban asentadas en su corazón. Gratitud, aprecio, rechazo, tres palabras que no podían ser nuestra experiencia. La gratitud nos expandía, el aprecio nos acercaba, pero el rechazo era el inconveniente que nos separaba.
Estar con Dios era estar unido. Estar con Dios era reconocerse a uno mismo. Estar con Dios era vibrar con nuestra esencia eterna. Estar con Dios nos elevaba por encima de las montañas de nuestro corto horizonte y vislumbrar la luz maravillosa que allá a lo lejos se proyectaba.
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