Rafa jugaba con el significado de la palabra eternidad. En momentos de lentitud, donde se quería que el tiempo pasara rápido, la eternidad medía el aburrimiento y la frustración. El tiempo no pasaba. Era un movimiento apenas imperceptible que destacaba su lentitud y su desesperación.
Otros momentos eran agradables, deleitables, maravillosos, placenteros y encantadores. Ese tiempo se tildaba con la palabra rapidez, el tiempo había desaparecido. La velocidad de su paso dejaba como un cometa fugaz de placer que había tomado mucho tiempo, pero había dejado la sensación de un tiempo que se había desaparecido.
A veces, se dudaba, en esas ocasiones de alegría y disfrute, que el tiempo pasara tan rápido y veloz. Rafa conocía que esos momentos de intensidad no eran eternos. Eran puntos de intensidad maravillosa. De todas las definiciones que había logrado para eternidad, la única que le convencía era la del momento presente.
El momento actual pasaba con rapidez y con fortaleza al compartir experiencias placenteras. Ese momento presente era el contacto con lo eterno, con lo esencial, con lo encantador. Un momento donde mente y cuerpo se encontraban. No se trataba de la discordancia de estar la mente en un lugar y el cuerpo en otro.
La mente y el cuerpo se sincronizaban y estaban ambos en el mismo lugar, en el mismo instante. Esa era la puerta de la eternidad y de la expresión armónica de todas nuestras experiencias.
“Dios en Su conocimiento no está esperando, pero a Su Reino le falta algo mientras tú esperes. Todos los Hijos de Dios están esperando tu retorno, tal como tú estás esperando el suyo”.
“En la eternidad las demoras no importan, pero en el tiempo son ciertamente trágicas. Has elegido estar en el tiempo en vez de la eternidad, y, por consiguiente, crees estar en el tiempo”.
“Sin embargo, tu elección es libre y modificable. No te corresponde estar en el tiempo. Te corresponde estar únicamente en la eternidad, donde Dios mismo te ubicó para siempre”.
Rafa, sin darse cuenta, se había colocado en el tiempo. Su plenitud siempre se cumpliría en el futuro. El momento presente no era importante para él. La sabiduría, el apoyo, vendría en el futuro. Es decir, no vivía el presente. Todo se dejaba para más tarde.
Ahora descubría que vivir con plenitud era entrar en el presente: cuerpo y mente unidos en el presente. El ser humano se había dividido. Estaba en la playa y su mente pensaba en la ciudad. Estaba en la montaña y su mente estaba en los negocios.
Estaba con su esposa y su mente estaba ocupada por los papeles del negocio cercano que estaba a su mano. Siempre dividido. La eternidad y el momento presente se fundían. La mente y el cuerpo se unían y la plenitud crecía.
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