Mateo recordaba los primeros inicios de aquel árbol que se mostraba ante él con la fuerza y con el vigor de la potencia, de la sustentación, de la grandeza y de su hermosa verticalidad. Aquel árbol pequeño, rodeado de apoyos para que no se doblara y pudiera resistir los embates del mal tiempo.
Aquel árbol delgado con las funciones en pleno funcionamiento hundía sus raíces en el suelo, buscaba sus nutrientes y los dirigía a cada parte de su constitución. El sol era su guía. Con su luz y su energía iba ampliándose en grandiosas ramas. Iba creciendo con los rayos del sol y se convertía en toda una hermosura para los ojos.
Ya se sabe. El tiempo, el silencio, las funciones nutriendo y la luz haciendo sus mezclas en sus hojas y sus frutos. Parecía que no hacía nada, pero ofrecía su sombra, su figura, su majestad y su potencia a todo aquel que lo apreciara. Había muchos que eran inconscientes de su existencia. A pesar de todo, seguía su camino en silencio y en calma.
Mateo veía que el ser humano tenía mucho de árbol, pero problemas que el árbol no tenía. No se molestaba cuando se metían con él cuando era joven, débil y rodeado de apoyos. No se irritaba cuando, ya mayor, no lo saludaban muchos de los que pasaban. Eso no lo pensaba.
Ofrecía su presencia y sus ratos de frescura a todo caminante que a su vera se sentaba. Nunca pedía nada. Nunca se miraba. Nunca quería ser otra cosa diferente más que un árbol como sus hermanos.
“Cuando leas las enseñanzas de los Apóstoles, recuerda que les dije que había muchas cosas que ellos no entenderían hasta más tarde porque en aquel entonces aún no estaban completamente listos para seguirme”.
“No quiero que dejes que se infiltre ningún vestigio de miedo en el sistema de pensamiento hacia el que te estoy guiando. No ando en busca de mártires sino de maestros”.
“Nadie es castigado por sus pecados, y los Hijos de Dios no son pecadores. Cualquier concepto de castigo significa que estás proyectando la responsabilidad de la culpa sobre otro”.
“Ello refuerza la idea de que está justificado culpar pues todo comportamiento enseña las creencias que lo motivan. La crucifixión fue el resultado de dos sistemas de pensamiento claramente opuestos entre sí”.
“El símbolo perfecto del ‘conflicto’ entre el ego y el Hijo de Dios. Este conflicto parece ser igualmente real ahora, y lo que enseña tiene que aprenderse ahora tal como se tuvo que aprender entonces”.
Mateo no quería ser más que un árbol. El árbol fue creado por el Eterno. Siguió sus caminos nutriéndose y fijándose en el sol. Mateo deseaba seguir nutriéndose del Eterno y aprender los caminos de Jesús en su experiencia.
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