miércoles, octubre 17

LA IRA Y EL MIEDO VAN JUNTOS


Josué sentía en ciertos momentos donde su ira explotaba por encima de su razón y de sus buenos modales que interiormente algo se había roto y su seguridad había saltado por los aires. Una sensación de soledad invadía su pensamiento y se desparramaba toda una ira sin ninguna contención. 

Con un carácter fuerte, explosivo y poco dado a las reducciones de los buenos modales, tenía erupciones volcánicas en su rostro, en la expresión de su boca, en las palabras y en los ataques que profería. Sus ojos encendidos de rabia clamaban por deshacerse de aquel ataque que creían le habían hecho. 

Con el tiempo, aprendió a admitir que nadie podía atacarle excepto él mismo. Nadie podía quitarle su paz excepto él mismo. Nadie podía desequilibrarle excepto él mismo. Sus creencias se imponían y sus erupciones imitaban las erupciones que había visto en casa, en la escuela, en el trabajo y con los amigos. 

La lava del volcán quemaba todo y sólo el tiempo, la tranquilidad, la serenidad y el retorno de la paz le decía que no había sido para tanto y que esa sensación de soledad, era solamente eso, una sensación. Nadie le podía quitar su seguridad. Él creía que la perdía. 

“La relación que existe entre la ira y el ataque es obvia, pero la relación que existe entre la ira y el miedo no es siempre tan evidente. La ira siempre entraña la proyección de la separación, lo cual tenemos que aceptar, en última instancia, como nuestra propia responsabilidad, en vez de culpar a otros por ello”. 

“No te puedes enfadar a no ser que creas que has sido atacado, que está justificado contraatacar y que no eres responsable de ello en absoluto. Dadas estas tres premisas completamente irracionales, se tiene que llegar a la conclusión igualmente irracional, de que un hermano merece ataque en vez de amor”. 

“¿Qué se puede esperar de premisas dementes, sino conclusiones dementes? La manera de desvanecer una conclusión demente es analizando la cordura de las premisas sobre las que descansa”. 

“Tú no puedes ser atacado, el ataque no tiene ninguna justificación y tú eres responsable de lo que crees”

Josué se daba cuenta de que todas las premisas descansaban sobre la base ‘a no ser que creas’. Era la creencia, no la realidad, la que guiaba nuestras reacciones, nuestros pasos, nuestros estados de ánimo. Era esa creencia la que fundamentaba las premisas y concluía en forma de creencia. 

Repetía para sus adentros la última afirmación del párrafo: “Tú no puedes ser atacado, el ataque no tiene ninguna justificación y tú eres responsable de lo que crees”. 

Recordaba que en muchas ocasiones no reaccionaba cuando le decían algunos inconvenientes. La persona que los decía no le arrancaba esas reacciones. En otros momentos, reaccionaba. Creía que debía hacerlo por el tipo de persona que era. Y siempre se repetía la idea de ‘la creencia’. 

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