Santiago creía que era una responsabilidad personal poner orden en sus pensamientos en algunos momentos de su vida. Aparentemente era una actitud comprometida y adecuada. Esa visión le hacía tomarse algunos días para pensar cómo hacerlo.
Era algo que solamente le concernía a él. Por tanto, no era cuestión de preguntar a nadie, de consultar a los otros y de depender de las opiniones de los demás. Su independencia se hacía fuerte y sentía que debía ser así. Se animaba con los nuevos aportes.
Sin embargo, en algunas ocasiones no acertaba tal y como hubiera esperado. Al leer las ideas de aquel párrafo se clarificaba él mismo su proceder y los resultados que había obtenido.
“El pensamiento irracional es pensamiento desordenado. Dios mismo pone orden en tu pensamiento porque tu pensamiento fue creado por Él. Los sentimientos de culpabilidad son siempre señal de que desconoces esto”.
“Muestras asimismo que crees que puedes estar separado de Dios, y que deseas hacerlo. Todo pensamiento desordenado va acompañado de culpabilidad desde su concepción, y mantiene su continuidad gracias a ella”.
“La culpabilidad es ineludible para aquellos que creen que son ellos los que ordenan sus propios pensamientos, y que, por lo tanto, tienen que obedecer sus dictados”.
“Eso les hace sentirse responsables de sus errores sin darse cuenta de que, al aceptar esta responsabilidad, están reaccionando de manera irresponsable”.
“Si la única responsabilidad del obrador de milagros es aceptar la Expiación para sí mismo, y te aseguro yo que así es, la responsabilidad por lo que debe ser expiado no puede entonces recaer sobre ti”.
“Este dilema no puede ser resuelto, excepto aceptando la solución del deshacimiento. Tú serías responsable de los efectos de tu manera equivocada de pensar si esta no se pudiera deshacer”.
“El propósito de la Expiación es conservar del pasado únicamente aquello que ha sido purificado. Si aceptas el remedio para el pensamiento desordenado, remedio cuya eficacia es ineludible, ¿cómo iban a seguir estando presente sus síntomas?”
Santiago reconocía que, si dejaba fuera del ordenamiento de sus pensamientos a la fuente que le había dado la vida, Dios, no podía ser responsable del efecto equivocado de sus pensamientos. Era responsable de no haberle permitido a Dios su colaboración.
La solución estaba clara. Debía dejar la independencia suya que no tenía a la hora de ordenar sus pensamientos y debía dejar que la culpabilidad desapareciera para siempre en su vida.
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