Mario se ponía muy contento cuando tenía que conducir con buen tiempo. La luz, la claridad del día, la nitidez de las formas y de la visión del entorno, era una delicia para disfrutar de todos los detalles que le rodeaban y que le pasaban a cierta velocidad y se acercaba a los diferentes lugares en poco tiempo.
Era muy distinto cuando la falta de luz, las nubes negras cargadas de lluvia, la oscuridad se cernía alrededor del coche y la mirada no tenía profundidad. En ocasiones, conducía como un autómata. Confiaba en las líneas de la carretera que le daban cierta referencia, pero la mirada lejana desaparecía.
Todo su cuerpo se tensaba. Se ponía alerta. El peligro podía acechar en cualquier instante. Coches que aparecían de súbito. Niebla que sumía el entorno en una visión impenetrable. Toda una osadía conducir en tales circunstancias. Lo hacía, pero su tensión interna era fuerte.
“Cuando dije: ‘Yo he venido como una luz al mundo’, lo que quise decir fue que vine a compartir la luz contigo. Recuerda mi referencia al espejo tenebroso del ego y recuerda también que dije: ‘no mires ahí’”.
“Todavía sigue siendo cierto que es a ti a quien le corresponde decidir dónde has de buscar para encontrarte a ti mismo. La paciencia que tengas con tu hermano es la misma paciencia que tendrás contigo mismo”.
“¿No es acaso digno un Hijo de Dios de que se tenga paciencia con él? He tenido infinita paciencia contigo porque mi voluntad es la Voluntad de nuestro Padre, de Quien aprendí lo que es la paciencia infinita”.
“Su Voz estaba en mí tal como está en ti, exhortándonos a tener paciencia con la Filiación en Nombre de su Creador”.
Mario lo tenía muy claro. Conducir con luz era la maravilla del mundo. Conducir en la noche de las tinieblas del alma, era la desorientación mayor que podía vivir. La elección no tenía duda. La luz del mundo le hacía ver con claridad la bondad de las propuestas divinas.
Repasaba en su mente la afirmación: ‘La paciencia que tengas con tu hermano es la misma paciencia que tendrás contigo mismo’. Reconocía que no podía ser descuidado con las personas que le rodeaban. Ese descuido era el descuido por sí mismo. Era una relación que le llegaba muy hondo.
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