Benito estaba absorto en el consejo que un padre le dio a un hijo en sus momentos finales de la vida. ‘Hijo, nunca respondas ni tomes una decisión sin darte un día de tiempo para pensar en ella’. Aquel padre sabía que la situación del cuerpo cambiaba a lo largo del día.
Había momentos de paz, de tranquilidad, de inquietud, de preocupación, de anhelos, de deseos y de perturbaciones. Las decisiones debían ser lo más durables posibles. Para ello, debía profundizar con el tiempo para que deshojada la rama de todos los brotes que distraían, la mente se fijara en la esencia.
El ser humano no tenía el instinto de los animales. Poseía un órgano superior en la mente y en su inteligencia. Sin embargo, esa inteligencia debía tratarse con mucho cuidado para que pudiera tener las mejores condiciones y poder tomar las decisiones intemporales, es decir, que fueran más allá de un estado de ánimo concreto.
“La Biblia te exhorta a que te conozcas a ti mismo, o, lo que es lo mismo, a que tengas certeza. La certeza es siempre algo propio de Dios. Cuando amas a alguien lo has percibido tal como es, y esto te permite conocerlo”.
“Hasta que primero no lo percibas tal como es no lo podrás conocer. Mientras sigas cuestionando lo que él es, estarás implicando claramente que no conoces a Dios”.
“La certeza no requiere acción. Cuando dices que estás actuando basándote en tu conocimiento, estás confundiendo el conocimiento con la percepción. El conocimiento provee la fuerza para el pensamiento creativo, no para la acción recta”.
“La percepción, el milagro y la acción están estrechamente vinculados. El conocimiento es el resultado de la revelación y genera sólo pensamiento. La percepción, aun en su forma más espiritualizada, incluye al cuerpo”.
“El conocimiento procede del altar interno y es intemporal porque goza de certeza. No es lo mismo percibir la verdad que conocerla”.
Benito abría sus ojos asombrados: “Cuando amas a alguien lo has percibido tal como es, y esto te permite conocerlo”. Veía que el amor, además de ser un sentimiento, era una vía de conocimiento. Se sonreía.
En muchos momentos había identificado a las personas fuertes con sus opiniones rígidas e inamovibles. El amor, en algunos momentos, se había revelado como una debilidad entre ciertas personas. Sin embargo, el amor era mucho más que una comprensión. El amor era la posibilidad de conocer tal como éramos.
Benito veía como el horizonte se ampliaba en la debida luz maravillosa de la certeza y de la verdad.
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