Guille estaba un tanto estupefacto. Había escuchado que los altares se construían en las iglesias o en la naturaleza. Eran lugares elevados que contenían ciertas figuras que se veneraban y se las respetaba. Algunos altares contenían restos humanos de mártires.
Eran lugares donde se reunían las gentes para apoyarse, compartir los mejores sentimientos de solidaridad y comprensión. Era como un lugar que despertaba los mejores sentimientos en el caminar por la vida. Un recuerdo de lo eterno y lo divino que dibujaba el cielo, la tierra y los corazones humanos.
Guille se había quedado sin palabras porque la idea de altar la había concebido como algo sin vida, hecho de piedras, una figura simbólica que hablaba de otras cosas. Pero, en esa tarde, ante la lectura que estaba ante sus ojos, los altares eran lugares de comunicación entre lo eterno y lo humano.
Ya no eran solamente lugares de admiración y sosiego. Eran lugares de encuentro entre el Padre Divino y el Hijo humano. “Una percepción correcta es necesaria antes de que Dios pueda comunicarse directamente con Sus altares, los cuales Él estableció en Sus Hijos”.
“En dichos altares es donde Él puede comunicar Su certeza y Su conocimiento inevitablemente brindará paz. Dios no es un extraño para Sus Hijos, ni Sus Hijos son extraños entre sí”.
“El conocimiento precedió tanto a la percepción como al tiempo, y finalmente los reemplazará. Ése es el verdadero significado de ‘el Alfa y la Omega, el principio y el fin’ y de ‘Antes de que Abraham naciese, era yo’”.
“La percepción puede y debe ser estabilizada, pero el conocimiento ya es estable. ‘Teme a Dios y observa Sus mandamientos’ pasa a ser ‘Conoce a Dios y acepta Su certeza’”.
Guille veía en ese cambio tan sustancial algo más en los altares que nunca había visto antes. Una relación con Dios jamás imaginada. La conversación y el contacto producía esa experiencia interior: ‘Conoce a Dios y acepta Su certeza’. Eso sin experiencia no podía ser vivido.
Guille cerraba los ojos y veía en su interior, como altar de Su Padre Celestial, la gran oportunidad de hablar con el Eterno y de admirar a sus hermanos, como altares de Su Padre Celestial. La mirada, la percepción, cambiaban totalmente. Y caminaban en la senda del conocimiento.
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