miércoles, abril 18

LA INOCENCIA EN MARCHA

Josué pensaba dos palabras que le tenían abstraído, lleno de pensamientos y de conceptos enfrentados. La ‘inocencia’ frente al ‘pecado’. Recordaba cuando se estaba sacando el carnet de conducir. Una de las máximas que el profesor de conducción les repetía a todos los alumnos era el desarrollo de la condescendencia. 

Les repetía constantemente: ‘sin amabilidad la conducción sería imposible’. Era un concepto que atesoraba en su interior. En la conducción había incidencias de todo tipo. En una ocasión quiso pasarse toda una hilera de coches lentos que caminaban por el arcén de la izquierda. 

Al llegar al final, descubrió la razón de esa marcha lenta. Había un accidente y se había inutilizado un carril. Debía incorporarse a ese carril. Reconoció que cuando otros conductores lo hacían pensaba que eran unos aprovechados. En aquella ocasión fue un error suyo. 

Intentó ponerse en el carril atiborrado de coches de la izquierda. Un señor, con la sonrisa en la cara, le indicó que se metiera. En su corazón lo agradeció infinito. ‘Era una buena persona’, pensó. Así podría seguir y contar todas las batallitas que había experimentado en la carretera. 

Se daba cuenta de que la condescendencia era vital y necesaria. La inocencia le impulsaba a entrar en el segundo escalón del perdón (disculpa, comprensión) y en el tercer escalón del amor. La ira y el inconveniente le hacía entrar en el primer escalón del pecado, después en el segundo de culpa y en el tercero del miedo. 

Así que deseaba ver las características de la inocencia: “La inocencia no es un atributo parcial. No es real hasta que es total. Los que son parcialmente inocentes a veces tienden a actuar neciamente”. 

“Su inocencia no pasa a ser sabiduría hasta que no se convierte en un punto de vista de aplicación universal. La percepción verdadera, o percepción inocente, significa que nunca percibes falsamente y que siempre ves correctamente”. 

“Dicho de una manera más llana, significa que nunca ves lo que no existe y siempre ves lo que existe”. 

Josué veía las implicaciones que tenía la reacción natural de algunas personas. Unas saltaban acusando, gritando, culpando y denigrando. Otras eran amables, comprensivas, cedían el paso y cuando alguien se pasaba en su comportamiento lo disculpaban porque no siempre era producto de una intención. 

Muchas veces era producto de un error, de un despiste, o de una valoración de la situación equivocada. Nadie estaba libre de cometer algún error. Por ello, valoraba a su profesor de la auto-escuela con aquel consejo de la condescendencia. 

Valoraba a su interior por no pensar de modo equivocado de las personas. Una actitud de verdad, de sencillez y de naturalidad tenía un poder en sí que ningún otro poder de la vida podía contrarrestar. La inocencia había hecho raíz en su corazón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario