Darío veía algún que otro problema con el asunto de los sacrificios humanos. Desde pequeño había visto películas donde algunas culturas antiguas exigían la muerte de una doncella virgen o la de un valiente guerrero para apaciguar a los dioses frente a las adversidades que afrontaban en la vida.
Era algo difícil de aceptar. Era una creencia que no se podía constatar. ¿Quién podía estar seguro de que la muerte de la persona llegaba hasta los dioses y lograba su objetivo? Nadie volvía nunca de la muerte y no se podía verificar. La tradición jugaba un fuerte papel.
Por otra parte, Darío pensaba que nunca la muerte podía ser la mensajera de nada. La muerte quitaba las energías y las potencias de jóvenes apreciados por sus conciudadanos. La comunicación no podía darse entre los cuerpos. La comunicación siempre afectaba el nivel del espíritu.
Siempre había entendido que, si una persona comprendía el error que había hecho y conscientemente lo reprobaba, ese hecho ya no formaba parte de la vida de ese ser. Cada uno se iba quitando las ideas confusas que soportaba en su interior y se iba volviendo cada vez más sabio.
En su interior vibraban las primeras veces que repetía las palabras del ‘Padre Nuestro’ como una comunicación con el Eterno. En esa comunicación no había nada relativo al sacrificio, a la muerte, a la entrega corporal. Todo radicaba en el nivel de la mente, en el nivel del espíritu.
Al leer aquellas ideas, un nuevo horizonte se abría ante sus ojos: “El sacrificio es una noción que Dios desconoce por completo. Procede únicamente del miedo, y los que tienen miedo pueden ser crueles”.
“Cualquier forma de sacrificio es una violación de mi exhortación de que debes ser misericordioso al igual como nuestro Padre en el Cielo lo es. A muchos cristianos les ha resultado difícil darse cuenta de que esto les atañe a ellos”.
“Los buenos maestros nunca aterrorizan a sus estudiantes. Aterrorizar es atacar, y como resultado de ello se produce un rechazo de lo que el maestro ofrece, malográndose así el aprendizaje”.
Darío veía que esa actitud estaba en concordancia con los pensamientos del amor. “si entrego mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor, nada gano con eso”.
4 “El amor es paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. 5 No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente, no guarda rencor. 6 El amor no se deleita en la maldad, sino que se regocija con la verdad. 7 Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
Darío veía la inutilidad del sacrificio, la muerte corporal y la prevalencia del espíritu. Las cualidades que realmente adornaban y se esperaban de Dios.
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