martes, abril 10

LA MEJOR DEFENSA

Luis siempre había albergado en su interior que la mejor defensa era un buen ataque. Desacreditar a quien desea vencernos era el medio que había visto en marcha en muchas ocasiones. Era la mentalidad de competencia, de victoria, de acoso y derribo. 

En algunos casos las personas no habían sabido llevar bien esa estrategia y se habían confundido porque eran personas buenas. Las personas nobles no estaban duchas en el ataque a los demás. Buscaban la comprensión, el apoyo y la ayuda mutua. 

Había mejores medios para clarificar los enfrentamientos y las estrategias no buscaban derribar al otro. Trataban de entender lo que realmente estaba pasando. “La mejor defensa, como de costumbre, consiste en no atacar la posición de otro, sino más bien en proteger la verdad”. 

“No es muestra de gran sensatez aceptar un concepto si para justificarlo tienes que invertir todo un marco de referencia. Este procedimiento es doloroso en sus aplicaciones menores, y verdaderamente trágico en una escala mayor”. 

“Con frecuencia la persecución termina siendo un intento de ‘justificar’ la terrible y errónea percepción de que Dios mismo persiguió a Su Propio Hijo en nombre de la salvación”. 

“Ni siquiera las mismas palabras tienen sentido. Superar esto ha sido sumamente difícil, pues si bien este error no es más difícil de corregir que cualquier otro, son muchos los que no han estado dispuestos a abandonarlo en vista de su eminente valor como defensa”. 

“Un ejemplo menos dramático es el del padre que dice: “esto me duele a mí más que a ti”, y se siente exonerado al darle una paliza a su hijo. ¿Crees que nuestro Padre piensa realmente así?”. 

“Es tan esencial eliminar cualquier pensamiento de este tipo que debemos asegurarnos de que nada semejante permanezca en tu mente. Yo no fui ‘castigado’ porque tu fueses malo”. 

“La lección completamente benévola que la Expiación enseña se echa a perder si se mancilla con cualquiera de las formas en que esta clase de distorsión se manifiesta”. 

Luis comprendía, en su profundidad, mucho mejor la Expiación. El amor y la comprensión eran fuerzas poderosas para corregir nuestros errores. Los medios coercitivos, agresivos y crueles no lograban su objetivo verdadero. Creaban miedo. 

Tenía en su mente al padre que le preparaba al hijo para una buena paliza: “esto me duele a mí más que a ti’, y se siente exonerado al darle una paliza a su hijo”. 

Recordaba a su querido director, caminando a su lado, apoyado su brazo en su hombro. Con una actitud de aprecio profundo, le fue desgranando, con mucho tacto, las consecuencias de una de las decisiones que había tomado. 

Afectaba a una persona de la institución. Con tal actitud de acercamiento de profundo respeto, Luis pudo ver el daño que le estaba causando a aquella persona. Lo comprendió. Se lo agradeció y decidió desactivar toda la campaña de desprestigio que había montado. 

Luis sabía que tenía razón. Pero la forma de actuar de aquella persona ya estaba en conocimiento de la dirección. Solamente le quedaba apreciar, amar, respetar, reconocer que todos cometíamos errores. Y para corregir un error, el amor era vital para no causar un daño gratuito. 

Siempre en su corazón, le agradecía a su director la paciencia que tuvo con él y el amor que le compartió. No fue necesaria ninguna paliza, ningún escarnio público, ninguna censura. El amor todo lo curaba y todo lo olvidaba.

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