Abel caía en la cuenta que el camino hacia el infinito no era un trazado tan complicado como había pensado. Era sencillo, fácil de aprender, fácil de llevar a la práctica cuando estaba sazonado de confianza, entrega, sabiduría y dirección divina.
La grandeza del ser humano radicaba en su mente. Ella era el faro que debía dar luz a las interpretaciones diversas que llegaban a su alma. Su corazón le guiaba en las elecciones de estas diversas posibilidades. Una vez asimilados en su interior, su logro estaba a su alcance.
“Demos comienzo a nuestro redespertar con unos cuantos conceptos simples:
Los pensamientos se expanden cuando se comparten.
Cuantos más creen en ellos, más poderosos se tornan.
Todo es una idea.
¿Cómo, entonces, puede asociarse dar con perder?
“Esta es la invitación al Espíritu Santo. He dicho ya que puedo ascender a lo alto y hacer que el Espíritu Santo descienda hasta ti, mas sólo puedo hacer eso a instancia tuya”.
“El Espíritu Santo se encuentra en tu mente recta, tal como se encontraba en la mía. La Biblia dice: ‘Que more en ti la mente que estaba en Cristo Jesús’, y lo utiliza como una bendición”.
“Se trata de la bendición de la mentalidad milagrosa. Te pide que pienses como yo pensé, uniéndote de esta manera a mí en el modo de pensar de Cristo”.
Abel se quedaba en paz, en tranquilidad, en serenidad. Veía que los caminos del infinito eran sencillos de comprender y eso le facilitaba mucho el camino para tener la mente de Cristo. Cada enseñanza del evangelio de Jesús resonaba en su interior con una comprensión que le encantaba.
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