Mateo cada vez que leía el significado de vocación ‘llamada’, algo en su interior se movía y se sentía concernido. No le era indiferente esa apelación que llegaba desde el exterior para tocar a su puerta e invitarle a seguirla. Se sentía como un pájaro libre esperando la llamada de su grupo, de sus progenitores, de sus maestros.
Notaba que todo un cielo azul, estrellado, limpio e infinito estaba envolviéndolo en esa especie de contacto interno. La fuerza magnética de esa voz interna la sentía con la fuerza de la ilusión, con la visión de su camino y con el sendero por donde debía encaminar sus pasos.
No había nada que lo detuviera. La llamada era parte de su vida. Y esa llamada le llegó y lo dejó todo. Se fue al lugar donde creía que debía estar y allí fue creciendo como un árbol fuerte y arraigado bebiendo de las fuentes eternas que tanto le decían a su interior.
“El Espíritu Santo es el espíritu de júbilo. Es la llamada a retornar con la que Dios bendijo la mente de Sus Hijos separados. Esa es la vocación de la mente. Antes de la separación la mente no tenía ninguna vocación”.
“Antes de eso simplemente ‘era’, y no habría podido entender la llamada al recto pensar. El Espíritu Santo es la Respuesta de Dios a la separación. Es el medio a través del cual la Expiación cura hasta que la mente en su totalidad se reincorpore al proceso de creación”.
Mateo se quedaba contento, alegre, lleno de esperanza y lleno de ilusión. Dios dispuso que dentro de cada mente se instalara esa llamada a retornar a Dios. Un Padre amoroso y amante no hubiera dejado ir a su hijo sin un hilo conductor que lo llevara otra vez a Él.
Toda la sabiduría del cielo se movilizó para que dejando intacta la libertad, el deseo de retornar a Dios quedara indestructible en cada uno de Sus Hijos.
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