Samuel se quedaba pensativo y feliz al mismo tiempo. Iba descubriendo, a través de aquellas lecturas, que los humanos tenían impreso en su corazón los valores más altos de la divinidad. Era algo lógico si se repetía que habíamos sido creados por Dios.
Nuestro Padre celestial no podía dejarnos sin amparo, sin orientación, sin recursos, sin posibilidades de retornar a Él en el caso de que decidiéramos alejarnos de Él. Una fuerza interna nos impulsaba hacia nuestra paternidad con la misma fuerza en el nivel del espíritu como la sangre en el nivel animal.
Por ello, se sorprendía un poco menos cuando en su interior se gozaba con Dios, con sus caminos y con sus planes para Sus Hijos. Cada día descubría un poco más a su Padre y se regocijaba con los nuevos descubrimientos de las atenciones que tenía para cada uno de Sus Hijos.
“Dios honró incluso las creaciones falsas de sus Hijos porque ellos lo habían hecho. Pero también bendijo a Sus Hijos con una manera de pensar que fuese capaz de elevar sus percepciones a tal altura, que casi pudieran llegar hasta Él”.
“El Espíritu Santo es la Mente de la Expiación. Representa un estado mental lo suficientemente próximo a la Mentalidad-Uno como para que la transferencia a ella sea finalmente posible”.
“La percepción no es conocimiento, pero puede ser transferida al conocimiento, o cruzar hasta él. Tal vez sea más útil en este caso utilizar el significado literal de la palabra ‘transferida’, o sea ‘transportada’, puesto que el último paso es Dios Quien lo da”.
Samuel agradecía en su alma que la impronta de su creación divina quedara en su interior con una manera de pensar que pudiera llevarle a su camino de vuelta antes de decidir alejarse de su Creador.
Ahora entendía un poco mejor esa manera de pensar que le había quedado en su interior y que, en muchos momentos, le había sorprendido por haber aplicado la sabiduría con una paz indecible como si realmente estuviera Dios en su corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario