lunes, agosto 13

LA LUZ DE LA DICHA

Gonzalo, al igual que todos los seres humanos, iba en busca de la dicha, de la felicidad, de la alegría que lo impulsara por encima de las nubes y sintiera todas las luces alrededor de él. Una situación inconcebible, pero llena de corazón, de manos amigas y de ojos comprensivos y amantes. 

Le encantaba soñar con esos episodios de altos vuelos donde la comprensión y la energía unida de los humanos alcanzaban sensaciones inolvidables y su visión se expandiera para alcanzar lo inefable. En algunos momentos de su vida los había experimentado. 

El día que recibió la última nota de su grado de Licenciatura en la Universidad fue algo especial. Las letras de su profesor se deslizaban por la franja subrayada gris de la papeleta para dejar patente ese sobresaliente M.H. (matrícula de honor). Allí se concitaban muchos elementos. 

Cinco años de estudios universitarios culminados con una matrícula de honor. Cinco años de esfuerzo (trabajaba y estudiaba a la vez). Cinco años de renuncias, de sacrificios, de restricciones y de apoyos de su familia. Un ambiente estudiantil estupendo. Todo ese cúmulo de incidencias lo hicieron volar por un terreno inexplorado. 

Lo había logrado con el esfuerzo de su familia, de sus amigos, de sus personas cercanas que eran muchas y con la vista puesta siempre en el centro de su gran descubrimiento: Jesús. 

“Curar es hacer feliz. Te he dicho que pensases en las muchas oportunidades que has tenido de regocijarte y en las muchas que has dejado pasar. Esto es lo mismo que decirte que has rehusado sanar”. 

“Tu luz es la luz de la dicha. El resplandor no está asociado con la aflicción. La dicha suscita que uno esté completamente dispuesto a compartirla, y fomenta el impulso natural de la mente de responder cual una sola”. 

“Quienes intentar curar sin ser ellos mismos completamente dichosos, suscitan diferentes respuestas a la vez y, por consiguiente, privan a otros de la dicha de responder de todo corazón”. 

Gonzalo se quedaba agradecido. La ilusión de su logro era su dicha interior y esa dicha la compartía con su familia, con sus amigos, con todas las personas de bien y la dicha se multiplicaba sin darse cuenta del bien que producía en todo su camino y en todas las personas que participaban. 

El camino de la plenitud estaba pavimentado de alegrías, de gozos, de satisfacciones interiores y de sonrisas suaves y plenas de todo tipo. No quería dejar pasar esas experiencias: 

“Te he dicho que pensases en las muchas oportunidades que has tenido de regocijarte y en las muchas que has dejado pasar. Esto es lo mismo que decirte que has rehusado sanar. Tu luz es la luz de la dicha”.

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