Benito se llenaba la mente, los sueños, las ideas y las dichas con conceptos que le llenaban el corazón en cada momento. Desde pequeño había sentido la llamada de la universalidad y cada vez que podía poner en práctica ese principio en sus reflexiones se henchía de gozo.
Olvidar la idea de que tenías que defenderte, tenías que imponer tu criterio y dominar el ambiente, también lo estaba liberando. Nadie atacaba si estaba tranquilo y armónico. Siempre se atacaba desde la falta de paz y desde el enfado personal. Un ataque era más bien la manifestación de una persona angustiada.
Había que comprender y solucionar la angustia. En ese proceso de superación se alcanzaban cimas nuevas y maravillosas. Nuevas vetas de la mente, de la visión y de los objetivos se dibujaban como una novedad creativa que llegaba hasta sus raíces y su corazón latía de una forma más dinámica.
“El Espíritu Santo – la inspiración que toda la Filiación comparte – induce a una clase de percepción en la que muchos elementos son como los del Reino de los Cielos”.
“En primer lugar, su universalidad es perfectamente inequívoca, y nadie que la alcance podría pensar ni por un momento que compartirla signifique cualquier otra cosa que no sea ganar”.
“En segundo lugar, es una percepción que es incapaz de atacar, y, por lo tanto, es verdaderamente receptiva. Esto quiere decir que, si bien no engendra conocimiento, tampoco lo obstruye en modo alguno”.
“Finalmente, señala el camino que lleva a lo que está más allá de la curación que trae consigo, y conduce a la mente que está más allá de su propia integración, hacia los senderos de la creación”.
“En este punto es donde se producen suficientes cambios cuantitativos para producir un verdadero salto cualitativo”.
Benito grababa esos tres principios en su corazón: universalidad, no ataque, elevación de la mente hacia la creación. Se veía volar por el infinito, por el azul del horizonte, por los pulmones henchidos de auténtico oxígeno que le proporcionaba una energía desconocida.
Una ilusión que no tenía fin y un profundo y ancho mundo que parecía inacabable se abría delante de él. No se podía pedir más. No se podía ansiar más. No se podía vibrar con tanta intensidad y sentir que era cierta. No era un sueño. Así se dejaba llevar como una hermosa ave surcando la superficie del mar.
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