Iván recordaba una época donde algunos comunicadores de la radio habían elegido la mentalidad de recomendar la felicidad con moderación. Siempre se despedían con la frase que lo afirmaba: ‘Sean moderadamente felices’.
No querían ser muy felices. No creían en ese estado de plenitud provocado por la dicha y por la felicidad. Decían que la vida te daba suficientes reveses como para tomarla como un lugar de felicidad. Un poco de ella era oportuna. Mucha, daba entender que no existía, no se esperaba, no habitaba en la tierra.
Conceptos que Iván iba guardando en su interior. Su corazón latía con una fuerza especial en esos terrenos donde lo agradable, lo maravilloso, lo estupendo y la ayuda generosa vibraba de una manera especial. No se buscaba. Cada ocasión y cada momento de la existencia nos daba esa posibilidad.
Al leer los efectos que una felicidad y dicha connatural a nuestra vida, Iván se quedaba estupefacto. Era una apuesta más por la dicha, por la parte positiva de la vida y por la parte agradable de una mano amiga auténtica y cariñosa. Ahora tenía idea más clara de no abundar en lo negativo, en los reveses y en lo inesperado.
Toda su mente se alegraba con la dicha. Todo su cuerpo le daba la bienvenida. Toda la naturaleza la recibía con sus brazos abiertos. Esas actitudes le proporcionaban gozo, emoción, ilusión y entusiasmo.
“Para poder actuar de todo corazón tienes que ser feliz. Si el miedo y el amor no pueden coexistir, y si es imposible estar completamente atemorizado y seguir viviendo, el único estado de plenitud posible es el del amor”.
“No existe diferencia alguna entre el amor y la dicha. Por lo tanto, el único estado de plenitud posible es el de absoluta dicha. Curar o hacer feliz es, por lo tanto, lo mismo que integrar y unificar”.
“Por eso, no importa a qué parte de la Filiación se le ofrece la curación o qué parte la lleva a cabo. Todas las partes se benefician, y se benefician por igual”.
Iván quedaba impactado por esa afirmación: “Curar o hacer feliz es, por lo tanto, lo mismo que integrar y unificar”. La felicidad nos unía los unos a los otros. Compartir la felicidad, con esa autenticidad del corazón, era sentirnos parte de una unidad estupenda.
Iván se repetía para sus adentros. Nadie lo escuchaba. Lo sentía en sus sienes palpitando. La felicidad compartida era la sensación más potente que podía ponerse en práctica para la superación y para sentirnos todos uno con nuestro Hacedor.
Y los pensamientos de Iván dialogaban consigo mismo y se decían que realmente ese pensamiento era el auténtico Cielo que todo corazón ansiaba.
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