Juan iba aprendiendo nuevos conceptos. Empezaba a comprender que entraba en un nuevo campo cuyo conocimiento no era el que él había vivido. Se sentía un aprendiz abriéndose a nuevos planteamientos y a nuevos horizontes que se le presentaban con un deleite especial. Los iba aceptando.
Los verbos iban cambiando de significado. Unas palabras con una acepción positiva se quedaban vacías de contenido porque Dios no las utilizaba por sus motivos totalmente distintos a los nuestros. Era una nueva luz de comprensión que le llegaba con la fuerza de lo nuevo.
“Dios no guía porque lo único que puede hacer es compartir Su perfecto conocimiento. Guiar entraña evaluación, ya que implica que hay una manera correcta de proceder y otra incorrecta, una que se debe escoger y otra que se debe evitar”.
“Al escoger una, renuncias a la otra. Elegir al Espíritu Santo es elegir a Dios. Dios no está dentro de ti en un sentido literal; más bien, tú formas parte de Él. Cuando elegiste abandonarlo, te dio una Voz para que hablase por Él”.
“Ya no podía compartir Su conocimiento contigo libremente. La comunicación directa se interrumpió al tú inventar otra voz”.
Juan no podía captar de inmediato la idea de que Dios no le guiaba. Era el buen pastor que se hacía cargo de sus ovejas. Ahora, Juan se daba cuenta de que la diferencia entre ovejas y personas radicaba en la mente. Dios no guiaba la mente de nadie. Compartía Su conocimiento con Sus Hijos, con sus mentes.
La grandeza de la relación con Dios hablaba de la maravilla de sus planteamientos. Nosotros podíamos llegar a Él por analogía con los saberes humanos. Sin embargo, la voz de Jesús iba clarificando la relación que nos unía con el Eterno de una forma específica y clara.
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