Todos recordamos a un buen maestro que se cruzó alguna vez en nuestra vida. Sentimos esa voz, esa modulación, esa firmeza y esa comprensión que, sin saberlo, se clavó en nuestro corazón. Fueron sus ideas, fue su relación, fueron sus ojos clavados en los nuestros que nos sacaron, de nuestro interior, lo mejor.
Una confianza total. Un entendimiento completo. Una línea de pensamiento similar y, sin saber por qué, un sentimiento como el nuestro. Parecía que poseía una idealidad para hablar a nuestro intelecto, a nuestros escondidos y pocos mostrados sentimientos. Nos motivaba sin aparente esfuerzo y nos guiaba con mano firme y segura por nuestros senderos.
Sólo Dios podría decirnos por qué se daba ese encuentro. Sólo Dios tiene todas las variables para compartir con nosotros. Sólo la naturaleza sabia puede comprender por qué era “nuestro maestro”. Así lo hemos sentido. Así lo hemos vivido. No lo podemos explicar pero algo muy dentro repite: “es mi maestro”.
Ahora con el tiempo pasado solamente nos quedamos con algunas indicaciones de lo que realmente conformaba un buen maestro. Así se indica una cualidad en este siguiente párrafo:
“Un buen maestro enseña mediante un enfoque positivo, no mediante uno negativo. No hace hincapié en lo que tienes que evitar para escapar de lo que te puede hacer daño, sino en lo que tienes que aprender para ser feliz”.
“Piensa en el miedo y en la confusión que un niño experimentaría si le dijeran: “No hagas eso porque es muy peligroso y te puede hacer daño, pero si haces esto otro, no te harás daño, estarás a salvo y no tendrás miedo””.
“Definitivamente es mucho mejor usar tan solo tres palabras: “haz sólo esto”. Esta afirmación es perfectamente inequívoca y muy fácil de entender y de recordar”.
“El Espíritu Santo nunca hace una relación detallada de los errores porque Su intención no es asustar a los niños, y los que carecen de sabiduría son niños”.
Así que no nos queda más que agradecer a nuestros buenos maestros que se llenaron de sabiduría para transmitirnos a nosotros, en la forma adecuada, y con la actitud oportuna, sus tesoros escondidos en sus sencillos y cultivados entendimientos.
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