“No puedes olvidarte del Padre porque yo estoy contigo, y yo no puedo olvidarme de Él. Cuando te olvidas de mí, te olvidas de ti mismo y de Aquel que te creó. Nuestros hermanos son olvidadizos. Por eso es por lo que necesitan que te acuerdes de mí y de Aquel que te creó”.
“Mediante ese recuerdo puedes cambiar sus mentes con respecto a ellos mismos, tal como yo puedo cambiar la tuya. Tú mente es una luz tan potente que tú puedes contemplar las mentes de tus hermanos e iluminarlas, tal como yo puedo iluminar la tuya”.
“Quiero compartir mi mente contigo porque somos de una misma Mente, y esa Mente es nuestra. Contempla sólo esa Mente en todas partes porque sólo esa Mente está en todas partes y en todas las cosas”.
“Dicha Mente lo es todo porque abarca todas las cosas dentro de sí. Bendito seas tú que percibes únicamente esto porque estás percibiendo únicamente lo que es verdad”.
Es hermoso volver a tener esa experiencia que dice Pablo: “ya no vivo yo, mas Cristo vive en mí” Gal. 2:20. Y tener la certeza del propio Jesús: “Ciertamente estoy con vosotros cada día hasta el fin de los tiempos” Mat. 28:20.
Ahora, en estos días, podemos gozarnos de este lenguaje tan cercano que nos aproxima a Jesús hasta nosotros. Nos invita. Nos clarifica el camino. Nos orienta y nos trata como colaboradores suyos. Leerlo resulta emocionante. Sentirlo en nuestro corazón lo hace irrepetible. La ausencia de tiempo nos acerca esa voz que ya no es la escritura de un libro.
Es la voz que resuena en nuestros intersticios interiores. La reconocemos porque así somos nosotros. La perfilamos porque somos Creación divina. Y nos da seguridad porque formamos parte de Él.
Momentos sublimes que nos da esa invitación. Escuchar la voz de Jesús nos revuelve nuestras entrañas. Deseamos seguir por sus caminos, con su compañía y, en especial, con Su enseñanza. Los brazos se abren para recibir con alegría esa Voz tan Suya.
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