El tiempo no existe. Solamente existe el momento: la vibración del instante, la belleza reflejada en el interior de los ojos, la comunicación sensitiva a través de los poros, los leves susurros de amores de éxtasis encantados, las breves palabras dichas por un corazón compartido, el apretón de manos de dos amig@s separad@s. El tiempo no existe. Solamente existe el momento.
Suaves roces en la cima de una roca, una brisa acariciante y un espectáculo gozoso recogido por el horizonte como un marco melodioso. Una escalada de superación vivida como un reto, una escalada de superación vivida como un esfuerzo. Una escalada de felicidad sentida en todos los puntos sensibles de tu cuerpo.
Una comunicación gozosa con ese ser sintonizad@ contigo. Unas palabras gozosas con ese hálito de magia, unas palabras gozosas con ese candor de nostalgia, unas palabras gozosas con ese fuego interno de los instantes rutilantes de imágenes de colores sobre el cielo.
El tiempo no existe. Solamente existe el momento: dos manos unidas en el sendero de la vida, dos mentes sincronizadas de alegrías, emociones y experiencias vividas, dos generosidades limpias, dos milagros que se cruzan y descubren, en su mirar, la espontaneidad de la vida. El tiempo no existe. Solamente existe el momento.
El momento desciende. El momento se acerca. No se busca. No se deja programar. El momento nos invade en nuestros jardines secretos. El momento nos envuelve en la libertad del encuentro. El momento estalla en la ingenuidad de tus ojos. Y ese momento inesperado nos revela sus misterios.
El tiempo no existe. Solamente existe el momento. Y sólo se recuerda, de la línea de la vida, la cordialidad hecha sueño de la maravilla de esos instantes prodigiosos.
El tiempo no existe. Solamente existe el momento: trozos de pétalos de música engarzados con guirnaldas de amor y voces unidas en un mundo de pasión.
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