lunes, marzo 28

LA COMPRENSIÓN ROMPE LÍMITES Y FRONTERAS

Carlos había tenido un pequeño desencuentro con uno de sus compañeros. La amistad se había resquebrajado y lo achacaba a un mal entendido. No tuvo problema de dirigirse a su compañero y expresarle su extrañeza. 

A pesar de la charla amistosa de Carlos, su compañero guardó silencio y no reaccionó. Lo notó lejano, perdido en su mirada, y metido en sus trincheras interiores sin asomar una palabra, una mano amiga y un comentario que pudiera dar luz al incidente. 

El silencio, pasado el tiempo, se fue sustanciando y la relación quedó seriamente dañada. Carlos siempre se decía que no había sido por su parte y que la situación de desencuentro era responsabilidad total de su compañero. A pesar de su conclusión en su interior, no se quedaba tranquilo. Algo se movía y no terminaba de concluir con el hecho. 

Pasado el tiempo también captó un cierto desdén por otro compañero. Y después unos comentarios no deseables por un tercero. Carlos se preguntaba qué había de común en los tres compañeros en sus comportamientos un tanto esquivos y lejanos. 

Los tres compañeros citados pertenecían a un grupo étnico distinto. Tenían una lengua diferente. Se sentían formados. Se sentían un tanto superiores. Y tomaban, en ocasiones, decisiones y no se cortaban a la hora de exponer sus criterios. 

Uno de ellos le expresó a otra compañera que deseaba tomar la iniciativa en un asunto, que ella no era capaz, que ellos estaban capacitados para ese asunto y lo podían hacer mejor. 

Carlos se dio cuenta que desde el ego el enfrentamiento estaba servido entre la prepotencia, el sentimiento de superioridad, el sentimiento de una mejor formación, el sentimiento de una mejor economía. Eso le hacía daño al ego de Carlos. 

Aparentemente nada pasaba; pero, Carlos se revolvía contra esta situación. No encontraba la paz en su interior. Ya se sabe que el enfrentamiento de egos es la ley de la fuerza. Se rechazaba la actitud. Sin embargo, luchar contra el sentimiento de superioridad era prácticamente imposible. 

Así que se dejaban pasar los días. Carlos tenía una buena relación con sus compañeros, pero cuando se trataba de estas tres personas tenía que disimular. En su interior le hacía daño esta situación. Reconocía que el ego era lucha, conflicto, tensión, enfrentamiento, distanciamiento. 

No encontraba el camino para llegar al fondo de la cuestión y poder solucionar este incordio que ronroneaba en su interior. Una tarde, repasando el funcionamiento del ego y la mente divina que cada un@ lleva dentro, leyó que era imposible elegir la mente divina si no estaba en paz y en amor con todas las personas. 

El amor pertenece a todos. El amor no entiende de exclusiones. El amor no tiene razones para rechazar. El amor lo abarca todo. Desde el ego, Carlos ya había visto que era imposible llegar a una aceptación personal de estos tres compañeros. 

Esa tarde, fue capaz de entender: lo que no se puede resolver desde el ego, se puede resolver desde la mente divina. Detrás de la prepotencia, autosuficiencia y superioridad manifestada verbalmente, Carlos descubrió una falta de amor muy clara. 

Detrás de ese muro de silencio que imponían, había una laguna seca de amor. Carecían de lo más elemental en la base de su actuación. Carlos vislumbró que detrás de la fortaleza y la lucha que esgrimían, tenían una debilidad palmaria de inconveniente personal. 

Comprendió a Jesús en sus palabras de: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Captó la escasez que sus almas vivían. Descubrió que la fuerza de sus egos no podía satisfacer todas sus necesidades. Eran mesas de tres patas incapaces de mantener el equilibrio. 

Carlos les ofreció en su interior su comprensión, abandonó al ego, y ya no vio más la superioridad, la prepotencia ni el sentimiento de autosuficiencia. Se fijó en la falta de amor de su laguna seca y decidió, aquella tarde, llenarla con su actitud, con sus gestos y con sus amables palabras. 

La comprensión rompió las barreras del ego, las fronteras de la miopía humana y, una vez más, erigió, en su lugar, la actitud amorosa de poder compartir la mano tendida que había surgido en su corazón.

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