Pablo quedaba prendado de la sabiduría de los sabios. Siempre había un camino para conocer la verdad cuando la apariencia no ofrecía ninguna vía de conocimiento. Solamente el corazón, el sentimiento, el amor y la entrega podía ofrecer ese supuesto que daría la verdad.
Pablo recordaba el incidente de las dos madres ante el rey Salomón. Las dos pretendían ser su madre. Era la palabra de una contra la palabra de la otra. Una había perdido a su hijo. Quería retener al hijo de la otra. Asumió que era su verdadera madre.
El niño no podía elegir. Había venido al mundo con el cuidado de un útero materno maravilloso y delicioso. No conocía a su madre, pero la había experimentado. La auténtica madre guardaba el mismo tipo de relación con su hijo. Una unión de sentimientos vividos y sentidos, aunque todavía no se conocían.
La decisión del rey cayó como una actitud deshumanizada. ‘Cortad al niño en dos y le dais la mitad a cada una’. La madre falsa pensaba que, ya que no podía gozar de su hijo muerto, la otra tampoco lo gozaría. Eso la llenaba de gozo. La madre auténtica no deseaba la muerte de su hijo. Le había dado la vida.
Y la vida de un hijo era el sentimiento más fuerte creado por la naturaleza y por el infinito. Le pidió al rey que se lo diera a la otra. No deseaba su muerte. El rey, aparentemente inhumano, pudo descubrir lo que la palabra no dejaba entrever. El sentimiento auténtico no podía falsearse. Y le dio el hijo a su madre.
“¿Cómo puedes enseñarle a alguien el valor de algo que él mismo ha desechado deliberadamente? Tiene que haberlo desechado porque no le atribuyó ningún valor”.
“Lo único que puedes hacer es mostrarle cuánta infelicidad le causa su ausencia e írselo acercando lentamente para que pueda ver cómo mengua su infortunio según él se aproxima a ello”.
“Esto le enseña a asociar su infelicidad con la ausencia de lo que desechó, y lo opuesto a la infelicidad con su presencia. Comenzará a desearlo gradualmente a medida que cambie de parecer con respecto a su valor”.
“Te estoy enseñando a que asocies la infelicidad con el ego y la felicidad con el espíritu. Tú te has enseñado a ti mismo lo contrario. Sigues siendo libre de elegir, mas a la vista de las recompensas de Dios, ¿puedes realmente desear las recompensas del ego?”
Pablo nunca hubiera podido resolver con su sabiduría el problema de las dos madres que pugnaban por ser la madre auténtica del niño, pero la generosidad, el amor, la comprensión y la sensibilidad que corría por esas venas que le habían dado la vida hicieron el milagro de la entrega.
Y ese milagro era el que nos llamaba para encontrar la auténtica paternidad de nosotros mismos. Nos creábamos a nosotros mismos. Era un paso que debía volver a darse. La pregunta estaba clara. ¿Queríamos crearnos con las recompensas del ego? ¿Queríamos crearnos con las recompensas de Dios?
La decisión era nuestra. Esa era la nueva creación en nuestra vida que nos daba la oportunidad de crearnos según nuestra propia libertad.