Josué se sorprendía cuándo las mujeres eran capaces de llevar un doble plan en la vida. Hablaban de una manera para acercarse a las personas, pero en su interior tenían un plan diferente. La doble intencionalidad que veía en ellas le dejaban sin palabras.
Cierto día hablando con su esposa, esta le indicó que la mujer siempre tenía una intención. Eso chocaba con su forma de ser. Él era un hombre noble. Nunca tenía una intención a la hora de dirigirse con nobleza a las personas. Reconocía que esa intencionalidad a veces acertaba, pero la mayoría de las veces se equivocaba.
Ellas siempre daban vueltas y nunca se ponían de acuerdo respecto a un hecho porque cada una de ellas le ponía una intención diferente. Quizás, por eso, necesitaban la influencia de un hombre noble que les diera paz y tranquilidad en sus rodeos siempre inquietos en sus mentes.
Tenían dichos para desvalorizar incluso la nobleza en el hombre. “Son simples y se pueden llevar muy bien”. “Son inocentes como corderos, sabremos llevarlos por donde queramos llevarlos”. La falta de paz las volvía inquietas. El enfrentamiento entre mujeres era mortal. Los hombres no lo comprendían.
En cambio, la conjunción de la nobleza del hombre y la complejidad de la mujer era capaz de tejer nuevas realidades donde los dos se sentían en un nuevo nivel donde nadie se erigía como un poder orientador y dominador.
“Eres un espejo de la verdad, en el que Dios Mismo brilla en perfecta luz. Al tenebroso espejo del ego no tienes, sino que decirle: ‘No voy a mirar ahí porque sé que esas imágenes no son verdad’. Deja entonces que el Santísimo brille sobre ti en paz, sabiendo que así y sólo así es como debe ser”.
“Su Mente resplandeció sobre ti en tu creación y le dio existencia a tu mente. Su Mente resplandece todavía sobre ti y no puede sino resplandecer a través de ti. Tu ego no puede impedir que Dios resplandezca sobre ti, pero sí puede impedirte que le dejes resplandecer a través de ti”.
Josué deseaba reflejar lo que era su auténtica realidad. Aceptaba que algo extraordinario ocurrió en la creación: “Su Mente resplandeció sobre ti en tu creación y le dio existencia a tu mente. Su Mente resplandece todavía sobre ti y no puede sino resplandecer a través de ti”.
Josué aceptaba esa afirmación que le daba tantas soluciones. Tanto la mente del hombre como la mente de la mujer reflejaban la Mente del Creador. No se podía menospreciar la mente de los hombres. No se podía poner peros a la mente de la mujer.
Las dos mentes unidas reflejaban la Mente del Creador. Dios era hombre, Dios era mujer. El Creador era una unidad. Nuestras mentes debían también alcanzar esa unidad. Y ese era el camino. Apreciar la mente del hombre, apreciar la mente de la mujer. En esa unión, se descubrían los goces de la unión de hombre y mujer.
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