martes, julio 24

EL DESEQUILIBRIO DEL EGO

Samuel había visto que en las discusiones le afectaba mucho que le dijeran que no tenía razón. Era como una lanza que había dado en la diana de sus entrañas y le ponía hecho una furia. Se desesperaba en sus discusiones, en sus argumentos y con sus palabras trataba de contrarrestar dicha afirmación. 

La incomodidad hacía acto de presencia. Su revés no se podía disimular. Se sentía vencido, herido, revolcándose en el fango, pero luchando como un desesperado tratando de encontrar el argumento que le devolviera el equilibrio de la discusión y no se pudiera evidenciar su falta de razón. 

A veces lo lograba y se sentía vencedor en tal fiera batalla. En otras ocasiones no lo conseguía y abandonaba el grupo con el sentimiento de derrota grabado en cada uno de sus poros que le rodeaban con sus respiraciones particulares de incomodidad sentida. 

A veces se decía que cada ser humano ansiaba tener la razón. Al menos, no dejar que los demás se lo demostraran con cierta facilidad. Se tomaba muy en serio y aunque trataba de ser comprensivo, el mero hecho de sentirse sin la razón lo enrabietaba. 

Al leer aquellas líneas plenas de sabiduría podía comprenderse un poco más a sí mismo. “Una de las causas principales del estado de desequilibrio del ego es su falta de discernimiento entre lo que es el cuerpo y lo que son los Pensamientos de Dios”. 

“Los Pensamientos de Dios son inaceptables para el ego porque apuntan claramente al hecho de que él no existe. El ego, por lo tanto, los distorsiona o se niega a aceptarlos. Pero no puede hacer que dejen de existir”. 

“El ego, por consiguiente, trata de ocultar no sólo los impulsos ‘inaceptables’ del cuerpo, sino también los Pensamientos de Dios, ya que ambos suponen una amenaza para él”. 

“Dado que lo que básicamente le preocupa es su propia supervivencia ante cualquier amenaza, el ego los percibe a ambos como si fueran lo mismo. Y al percibirlos así, evita ser aniquilado, como de seguro que lo sería en presencia del conocimiento”. 

Samuel entendía un poco mejor esos arranques personales donde la falta de razón le ponía enfebrecido contra las personas que se le enfrentaban. El conocimiento, la razón, estaba de parte de la serenidad y de la unión. 

Querer tener razón estaba en la parte de la imposición y de arrasar al contrario con los argumentos, aunque fueran sacados por los pelos y no fuera ni siquiera justo utilizarlos. Daba igual. Lo importante era ganar, no ser cortés, comprensivo y amable. 

La unión venía por los Pensamientos de Dios y por la concordia de todos sus hijos. No había división. Todos nos sentíamos unidos y apoyándonos en nuestras respectivas contrariedades con la mano amiga y ayudadora.

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