Gonzalo no podía explicarse algunos incidentes que ocurrían en su vida. En algunas circunstancias la animosidad contra su esposa era tan grande que la distancia entre ellos crecía con tal fuerza que se repelían con todas sus energías. No se explicaban, en esos momentos, por qué estaban juntos.
Sin embargo, pasado el momento del enfrentamiento, sus experiencias se unían, se pedían perdón y recobraban lo maravilloso de su historia conjunta. ¿Cómo era posible que surgieran esas discrepancias tan severas en algunos momentos?
Eran experiencias que se habían dado y que trataban en la medida de lo posible que no se repitieran. Gonzalo en sus lecturas había encontrado una razón para comprender un poco mejor por qué pasaban esos episodios tan desagradables.
“Cuando te sientas triste, reconoce que eso no tiene por qué ser así. Las depresiones proceden de una sensación de que careces de algo que deseas y no tienes. Recuerda que no careces de nada, excepto si así lo decides, y decide entonces de otra manera”.
“Cuando sientas ansiedad, date cuenta de que la ansiedad procede de los caprichos del ego. Reconoce que eso no tiene por qué ser así. Puedes estar tan alerta contra los dictados del ego como en su favor”.
“Cuando te sientas culpable, recuerda que el ego ciertamente ha violado las leyes de Dios, pero tú no. Los pecados del ‘ego’ déjamelos a mí. Ese es el propósito de la Expiación”.
“Pero hasta que no cambies de parecer con respecto a aquellos a quienes tu ego ha herido, la Expiación no podrá liberarte. Si te sigues sintiendo culpable es porque tu ego sigue al mando, ya que sólo el ego puede experimentar culpabilidad. Eso no tiene por qué ser así”.
“Cuando hayas abandonado un desánimo voluntario, verás que tu mente puede concentrarse, trascender toda fatiga y sanar. No obstante, no te mantienes lo suficientemente alerta contra las exigencias del ego como para poder librarte de ellas. Eso no tiene por qué ser así”.
Gonzalo había cometido un craso error. Se había identificado con su ‘ego’. Se repetía esas palabras que comprendía ahora: “recuerda que el ego ciertamente ha violado las leyes de Dios, pero tú no”. “Si te sigues sintiendo culpable es porque tu ‘ego’ sigue al mando. Eso no tiene por qué ser así”.
Al tener la capacidad de poner al mando de nuestra vida bien la creencia en el ego, o la creencia en la eternidad, Gonzalo comprendía que aquellos enfrentamientos tan fraternales se debían al poner al mando al ‘ego’. Cuando el ‘ego’ desaparecía el amor que se profesaban surgía con toda su fuerza y con todo su esplendor.
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