Benjamín recordaba algunos momentos de su niñez cuando, frustrado por algún hecho sin importancia, se enfadaba y decidía vivir un día molesto, con cara larga, sin importarle nada la felicidad de los demás, y no apreciar todos los esfuerzos de su madre y de sus parientes para olvidarlo todo.
A veces había pensado que mantenerse enfadado le daba cierto aspecto de importancia. Era como decirle a todo el mundo que su corazón estaba llagado. Y su corazón era mucho más importante que otra cosa. Prefería la cara seria a olvidar la incidencia y ponerse a jugar con los demás.
Una vez que pasaba una hora, la fuerza de su molestia se calmaba y empezaba a considerar que su actitud y su forma de comportarse no era la adecuada. Por su mente pasaban con mucha rapidez los pensamientos del disfrute del juego si abandonaba dicha actitud negativa.
Pero no la abandonaba fácilmente. Necesitaba más tiempo para rebajar su tensión interna y cambiar para dejar salir una actitud distinta y minimizar las adversidades de la mañana.
“¿Te has detenido a pensar seriamente en las muchas oportunidades que has tenido de regocijarte y en cuántas has dejado pasar? El poder de un Hijo de Dios es ilimitado, pero él puede restringir la expresión de su poder tanto como quiera”.
“Tu mente y la mía pueden unirse para desvanecer con su luz a tu ego, liberando la fuerza de Dios para que reverbere en todo lo que hagas o pienses. No te conformes con menos, y niégate a aceptar como tu objetivo nada que no sea eso”.
“Vigila tu mente con sumo cuidado contra cualquier creencia que se interponga en el logro de tu objetivo, y recházala. Juzga por tus sentimientos cuán bien has hecho esto, pues ese es el único uso acertado del juicio”.
“Los juicios, al igual que cualquier otra defensa, se pueden utilizar para atacar o para proteger, para herir o para sanar. Al ego se le debe llevar a juicio y allí declararlo inexistente”.
“Sin tu lealtad, protección y amor, el ego no puede existir. Deja que sea juzgado imparcialmente y no podrás por menos que retirarle tu lealtad, tu protección y tu amor”.
Benjamín admitía que, en esos momentos de enfado, su lealtad, su protección y su amor se dirigía al rechazo por no estar de acuerdo con la adversidad. Esa lealtad, protección y amor, le hacían no dejar de considerar que tenía algo que defender.
Pero, no había nada que defender. Las adversidades son indicios en el camino para cambiar el rumbo, para comprender las circunstancias, para aceptar que todo puede cambiar. Lo único que debía permanecer en paz era su interior y su corazón. Se podía ir por otro camino para rodear a la adversidad.
Lo importante no era la adversidad. Lo importante era su buena actitud que siempre tomaba el mejor camino para que el poder de Dios se manifestara. “El poder de un Hijo de Dios es ilimitado, pero él puede restringir la expresión de su poder tanto como quiera”.
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