Rafa siempre había escuchado que entre el amor y el odio había una línea muy fina que se podía romper en cualquier momento. Una historia de una de sus amigas lo ponía bien claro. Un señor en sus cincuenta estaba casado. Aceptó la proposición de una de las amigas de su esposa.
Se veían semanalmente en un lugar apartado, privado, lejos de toda mirada para jugar con la danza de los deseos y los placeres del amor entre los dos como dos colegiales que jugaban con lo prohibido. Así pasaron unos seis años. Un intercambio que los rejuvenecía a los dos.
El señor iba ganando en años y aquellas libertades le empezaban a ser un peso que no podía sobrellevar en su cuerpo. Le comentó a su amante que su debilidad se hacía patente y que la doble vida debía acabarla. La amante le dijo que se quedara con ella.
El hombre, en su libertad, le comentó que deseaba, por el bien de la familia, seguir con su esposa y con sus hijos. La amante no lo aceptó. Lo chantajeó y lo amenazó con decírselo a su esposa. A pesar de todo, el hombre decidió continuar con su esposa. No esperaba, que después de haber disfrutado juntos, no lo apoyara.
“Tú que te identificas con el ego no puedes creer que Dios te ame. No amas lo que hiciste y lo que hiciste no te ama a ti. El ego, que fue engendrado como resultado de tu negación del Padre, no le guarda lealtad a su hacedor”.
“No puedes ni imaginarte la relación real que existe entre Dios y Sus creaciones debido al odio que le tienes al ser que fabricaste, el ego. Proyectas sobre el ego tu odio de estar separado, y esto entra en conflicto con el amor que sientes por el ego al ser su hacedor”.
“No hay amor en este mundo que esté exento de esta ambivalencia, y puesto que ningún ego ha experimentado amor sin ambivalencia, el amor es un concepto que está más allá de su entendimiento”.
“El amor aflorará de inmediato en cualquier mente que de verdad lo desee, pero tiene que desearlo de verdad. Esto quiere decir desearlo sin ninguna ambivalencia”.
“Esta forma de desear está completamente desprovista de la ‘compulsión de obtener’ del ego.
Rafa se quedaba prendado de esa afirmación: “No amas lo que hiciste y lo que hiciste no te ama a ti”. En lugar de amar, sólo quedaba la idea de poseer. La amante, al verse fuera de lugar en la vida de ese hombre casado, fraguó su venganza e informó a la esposa de toda la experiencia que había tenido con su esposo.
Pudo darle detalles, incidencias, comprensión de ciertas actividades de su esposo que lo dejaban totalmente despojado de toda excusa. El hombre perdió a su esposa, aunque continuaban juntos en la misma casa como dos cuerpos ajenos, perdió a la amante por falta de amor. Veía con claridad que no amó lo que hizo y lo que hizo no le amaba a él.
Vivir en el ego no valía la pena. El placer del cuerpo y los buenos momentos fueron recuerdos absurdos en su memoria. La idea de obtener del ego siempre se imponía.
Y si no podía imponerse, destrozaba la vida de la persona que la hizo vibrar en muchos momentos. Una relación de amor-odio explicaba ese dicho que entre el odio y el amor había una frontera muy tenue.
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