Adolfo iba conversando con su chica mientras conducía. Se dirigían a su lugar de vacaciones y sentían que el tiempo libre se abría ante ellos y los invitaba con una fuerza desconocida, pero agradable y liberadora. Los días venideros pintaban con hermosos colores llenos de sinfonías.
Estaban contentos con las propuestas que les había dado la vida. En un momento, se dieron cuenta de que algunas experiencias que habían tenido no podían haberla diseñado. El futuro lo embellecíamos con todas las guirnaldas de nuestras experiencias pasadas.
La mente no podía poner de manifiesto aquello en lo que no había tenido experiencia. Siempre se repetían una frase que sintetizaba lo que estaban sintiendo: “cosas que ojo no vio ni oído oyó es lo que el Eterno tiene preparado para los que le aman”.
“Existe una clase de experiencia tan diferente de todo lo que el ego pudiera ofrecerte que nunca más querrás volver a encubrirla y ocultarla. Es necesario repetir que tu creencia en la oscuridad y en lo oculto es la razón de que la luz no pueda pasar”.
“La Biblia hace referencia frecuentemente a los inconmensurables dones que te aguardan, pero que tienes que pedir”.
“Esta no es una condición como las que el ego establece, sino es la gloriosa condición de lo que tú eres”.
Adolfo veía que ese párrafo iba en la línea de lo que hablaba con su chica. “Existe una clase de experiencia tan diferente de todo lo que el ego pudiera ofrecerte que nunca más querrás volver a encubrirla y ocultarla”. La libertad que se asomaba en su horizonte decía mucho sobre esa afirmación.
Había tenido tantas ocasiones en las que el ego le hacía fijar en un asunto para darle vuelta, para angustiarlo, para recordarle que no debía dejar de ser responsable, para proponerle soluciones que sólo el tiempo podía poner en su lugar que caía una y otra vez. La preocupación se instalaba sin darse cuenta.
Recordaba una tarde en que un asunto lo tenía absorto. Durante horas, aquella fijación lo acuciaba. No podía dejarlo de lado. Pero el cosmos tan atento a nuestros pesares le hizo dar con un grupo excelente de amigos que estaban jugando a juegos muy familiares y entretenidos en un parque de la ciudad.
Se sumergió en los saludos, en las risas, en las propuestas, en los roles que debían interpretar cada uno de ellos, en las estrategias y en la alegría que reinaba que toda la angustia de su asunto desapareció y su mente se liberó para gozar de una de las experiencias menos esperadas por su mente.
Era un placer que se grabó en su mente. Se cambio el foco del asunto. Al día siguiente pudo resolver el asunto que le ocupaba el día anterior con la paz, el gozo, y el disfrute que compartió con sus amigos.
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